jueves, 28 de junio de 2012

Analógico


Cuando yo tenía 15 años, por estos pagos, Internet no era más que una buena idea y las computadoras unos aparatos gigantes que cada tanto aparecían en alguna casa, blancos, repletos de cables, la única funcionalidad para nuestra adolescencia era la de juego (para los que aún no contábamos con los lujos de alguna consola) y estos se conseguían en unos discos enormes y flexibles, se jugaba menos ahí, y bastante más en la calle. El teléfono era sólo teléfono, una sola función, una función increíble, hablar; fijo en algún sector de la casa, se compartía entre los miembros de la familia, también a veces se tenía algún inalámbrico para poder caminar un poco pero principalmente para esas charlas que nos sonrojaban tanto.
Las biromes se solían acabar seguido, siempre necesitábamos hojas y nuestras mochilas pesaban un montón, y todo lo de adentro, servía mucho.

Cada vez que nos íbamos de casa, a cualquier lado, a cualquier hora, en el preciso instante en que se cerraba la puerta debíamos confiar, estábamos solos, confiar en la veracidad del punto de encuentro, respetar la puntualidad, entrábamos por un rato en silencio de radio, caminábamos por calles más libres de ondas magnéticas y nuestros bolsillos tenían menos cosas. Para las emergencias existían los teléfonos públicos, aunque no siempre funcionaban, pero igual teníamos nuestra memoria llena de números telefónicos, nos sabíamos miles y cada uno poseía sus propias reglas para recordarlos, a los más importantes yo podía discarlos en el aire, hoy aún puedo pero los números cambiaron y ya mucho no sirve.

Para el amor, bueno, había que tener algo de cojones y toneladas de paciencia, lo que había que enfrentar no era poco y no era simple y entonces ella tenía que valer la pena. Era muy distinto. Primero debíamos conocerlas, frecuentar paradas de colectivos, salidas de colegios, fiestas, mirarlas, y hablarles, si, HABLARLES, por favor no olvidar que eramos adolescentes y por ende bastante tontos, pero bueno, si todo esto era sorteado eficientemente (insisto, muchos moríamos ya en esta instancia) en el bolsillo, en algún papel nos íbamos orgullosos con algún teléfono y ahí empezaba otra historia.

Eventualmente había que llamar, si teníamos suerte en serio, tal vez nos cruzábamos con ella en la calle, o si pudimos jugar un poco al detective y averiguar donde vivía, pasábamos cuando los colegios nos liberaban, pretendiendo ser casuales, y si nadie nos veía, nos dábamos un par de vueltas a la manzana, ¿la verdad?, casi nunca funcionaba, así que eventualmente había que llamar. Juntar valor, esperar el momento en que el teléfono esté libre, y llamar, así de fácil, así de imposible. Después de las seis de la tarde antes de las nueves de la noche, antes no estaba, luego era tarde y uno corría el riesgo de parecer irrespetuoso. Es decir, si la valentía me aparecía a las dos de la mañana, no me servía de nada, si una mañana mientras caminaba al colegio sentía que podía llevarme el mundo por delante, tampoco servía, el impulso resultaba estéril, había que animarse en horario restringido. Pero bueno, mi viejo trabajando, mamá salía a hacer compras, ese era el momento, el teléfono se erguía poderoso y llamar, finalmente llamar. Siempre planeaba lo que iba a decir, lo que iba a preguntar, y siempre fallaba en ese guión ficticio. Pero llamaba, en la espera de la suerte que en turno me tocaría esa vez, porque claro, casi nunca atendía ella, y tal vez los padres y uno impostaba la voz para no ser tan borrego, y preguntaba “¿hola con lo de tal?”, “¿está tal?”, y ojala que estuviese, porque sino, había que esperar hasta un par de días para volver intentar y la ansiedad que eso incluía, pero claro, también te podían atender los hermanos y darse una panzada haciéndote sufrir un rato y quizá ni te pasaban el teléfono, todo el folklore, todos los obstáculos, todas las posibilidades que uno tenía sólo para poder hablar con ella, con quien ya nos habíamos visto, ya nos habíamos gustado, pero aún no podíamos hablar y eso que ambos queríamos. Y bueno, un día finalmente hablabas y entre balbuceos, frases ganadoras, otras perdedoras y silencios la invitabas a salir y ella decía que si, y colgabas el teléfono y nadie te podía borrar la sonrisa.

Y salir era otro arte, nuevamente ser puntual, elegir el lugar, tocábamos el timbre y esperábamos en la puerta, esos timbres que hoy están casi en desuso de tanto mensaje que dice “Bajá”, esas puertas que hoy algunos ni conocen, caminábamos, abríamos la puerta para que ella pase, invitábamos las copas de turno y la acompañábamos nuevamente hasta la puerta y alguna que otra vez, el destino nos regalaba un beso inexperto que nos hacía explotar los poros.

Así algunos, conocieron la mujer de su vida, otros el primer amor, otros su primer beso.

Y hoy, cuando te pase a buscar, luego de la linda e inesperada charla de una hora que tuvimos por teléfono, cuando te toque el timbre y te espere en la puerta, espero que sepas que en este mundo digital, que este mundo ansioso espero que nos podamos abrir paso entre tanto wi-fi y sepas que me muero de ganas de que tengamos este amor analógico.

martes, 26 de junio de 2012

Una breve historia de amor...


         Cuando el ejército de Alejandro Magno abandonó las tierras Tracias en busca de la definitiva conquista de Asia, los tropas macedonias debieron recrudecer enormemente sus filas para tan gigante empresa, todos los hombres capaces de desenfundar una espada, portar un escudo o simplemente montar un caballo fueron reclutados por Parmenio, general alterno y hombre de confianza de Alejandro. El Reino de Filipo quedó entonces plagado de mujeres, ancianos y niños, los cuales debían no solo velar por las cuestiones administrativas del reino sino también por posibles invasiones de los no tan confiables aliados de Epiro y Tesalia o de los mismos griegos.
Olimpia, madre de Alejandro, y viuda de Filipo el Grande, guardaba gran celosía sobre su único hijo y había negado su bendición a varias pretendientes que venían de las casas más nobles de la península helénica y de las islas romanas, por lo que corazón contrariado disfrutaba su lejanía de los acosos femeninos pero sufría enormemente los obvios peligros de la guerra y principalmente la lejanía de su hijo con el Palacio que lo vio crecer. Como es conocido Alejandro no era sólo un guerrero bravío y gran estratega militar, sino un hombre de letras, culto y veloz de pensamiento, lo que no era conocido era que antes de su partida Alejandro había prendado su corazón y parte de su alma a una joven noble de Beocia (sur de Grecia), cuyo destino fortuito de reyes la hizo desembocar en el Palacio de Filipo, por pedido especial del hermano de este, que reinaba en Beocia y no veía en esa ciudad un destino seguro para su hija, y si encontraba en la hoy letrada ciudad de Pella un claro porvenir para su hija. Viviendo aún Filipo, mandó a educar a ambos bajo los mismos preceptos, siendo así que Sophia terminó por conocer a Alejandro en su temprana juventud. El amor tardó en florecer, como casi toda la flora de la península, y encontró su máxima expresión previa a la partida de Alejandro hacia la tierra de los persas, las promesas de amor eterno abundaron en la secreta despedida, ya que como todos sabrán, era un amor no destinado por los dioses. Finalmente, a fin de sellar su unión amorosa, intercambiaron talismanes de amor, prestando especial atención a dos plumas de ganso, las cuales utilizarían para escribir las oleadas de pasión que asomaran a sus sentidos, y luego, en el encuentro, serían quemadas junto con los manuscritos en el templo de Orfeo (culto prohibido que Olimpia profesaba en secreto en el cual Alejandro había sido iniciado de muy pequeño). Se despidieron, Alejandro montó en su corcel, Bucéfalo, y se alejó en busca de su ejército.
Olimpia, desde un oscuro silencio, conocía a la perfección el joven amor de Alejandro hacia Sophia, y esperó la partida del ejército al Asia Menor para descargar su celosa ira sobre la joven. Su condición de Reina y nueva regente, debida al deceso de Filipo y la partida de Alejandro, le otorgaba variadas posibilidades para su lenta venganza, pero no terminaba por decidirse cuando una doncella le informó del pacto secreto que mantenían Sophia y Alejandro, lo cual le otorgó el método más perfecto y doloroso para desahuciar el joven amor de ambos.
En las primeras épocas de su partida, Alejandro, escribía inspirados versos de amor y dolor, de esperanza y pasión hacia el recuerdo de su amada, la guerra tardaría en empezar ya que el ejército Persa se había dispersado entre Persia, Karakora, Pamir y la tierra de los Escitas, por lo que la lenta marcha del gran ejército le proveía a Alejandro el tiempo necesario para pensar en su amada y expresar ese amor en versos en latín y griego que guardaba cuidadosamente en las alforjas de Bucéfalo. Mientras tanto Sophia también descargaba sus borbotones de pasión en letras, y las guardaba celosamente en el templo de Apolo, donde conocía a uno de los ministros, gracias a su padre, el cual miraba con reserva la procesión de papiros diarios que le llegaba. Olimpia, en un acto visto desde el público con beneplácito, le ofreció a Sophia ser su Consejera mientras duraran las guerras en Asia, y esta, con absoluta confianza en su tía, acepto con regocijo el nuevo cargo.
La designación fue aceptada por los ancianos del Consejo, ya que sabían que Sophia había sido educada junto a Alejandro y que poseía la misma sagacidad que el joven guerrero, por lo que no hubo prácticamente oposición y Sophia asumió el importante cargo. Las obligaciones del Reino eran excesivas y Olimpia no hacía más que designar a su sobrina a cargo de todas las tareas que se presentaran, la joven respondía con gran inteligencia los renovados retos que le llegaban, y por sobre todo, encontraba entre las madrugadas tiempo para darle sus diálogos de amor a Alejandro, en papiros cada vez más gastados, cuya letra cada vez se deformaba más ante el evidente cansancio de la joven.
Pasado un tiempo, el ejercito Persa se había reunido en Persépolis, con la firme decisión de enfrentar a Alejandro, este y su ejército se encontraban a 3 días de marcha de las murallas de la ciudad, por lo que todo el mundo supo que la guerra finalmente se avecinaba, el gran sueño asiático de Filipo se estaba por cumplir en las manos de su joven hijo Alejandro. Las alforjas de Bucéfalo rebalsaban de poesía y la pluma de ganso de Alejandro presentaba ya un intenso desgaste por el uso y el viaje. Ya en esta época Sophia había dejado sus noches literarias e intercalaba periódicamente sueños reparadores con breves notas para su amado. Olimpia le designaba cada vez más y más tareas con el fin de agotarla definitivamente, y lo estaba logrando.
Como toda guerra importante, las luchas se prolongaron por meses y meses, Alejandro peleaba cuerpo a cuerpo como era su costumbre, y a pesar de sus heridas y del cansancio obvio de las luchas, le regocijaba plasmar sus sentimientos por Sophia y su alegría aumentaba al saber que los persas iban perdiendo terreno por todo el Medio Oriente. Claro que en la península las cosas eran bastante distintas, la atareada Sophia había excedido largamente su capacidad de ocupación e incluso su sagacidad de antes se veía disminuida, incluso fue criticada más de cuatro veces por maltratos a sus subordinados, y la joven alegre de hace escasos meses se había transformado en huraña e irascible. Obviamente en este panorama, los escritos para su amado habían pasado al olvido, no porque ella se había olvidado de Alejandro, sino por sus interminables días, en los últimos meses sólo alcanzaba a dormir 3 o 4 horas por noche y se prometía a sí misma esperar que termine la guerra para poder escribir todos los sentimientos empolvados que el recuerdo de su amado le producía, pero el día ese no llegaba.
En Asia, se acercaban las batallas finales, y el éxito de la campaña de Alejandro era inminente, el mundo occidental ya hablaba de él como hijo de dioses y no de Filipo y en la península griega, y principalmente en el Palacio de Pella, la idolatría al joven había alcanzado niveles no imaginados. El amor de Sophia inexplicablemente se tornó en un secreto odio, una pasión desbocada terminaba en una ira enceguecida hacia la imagen de Alejandro. La batalla final sería en la tierra de los Oritas, cerca de la recién fundada Alejandría (no la primera con este nombre, por cierto), y se llevaría a cabo un Jueves. El ejército Macedonio guardo vigilia hasta el alba, donde atacando por el Mar Arábigo y por tierra al mismo tiempo dieron sorpresa al ejercito Persa, la batalla fue como la había imaginado Alejandro, su mente estratega no le había fallado y en las primeras horas de la mañana, los Macedonios dominaban las salidas y a la caballería Persa, mientras tanto, en Pella, Sophia, se desvivía en busca de unos documentos para el Rey de Laconia, entre el desorden creado por la búsqueda, la joven halló la pluma de ganso que su amado le había entregado, la quiso guardar, pero en un ataque de ira, debido a una mezcla de amor y odio creada por la creciente idolatría del pueblo hacia Alejandro y básicamente por un odio desmedido a su nueva vida sin alegrías, corrió hacia el templo de Orfeo e incineró su pluma y sus papiros, la promesa de amor eterno se había roto, en ese instante, Alejandro embestía contra las tropas Persas cuando Bucéfalo tropezó contra un soldado macedonio moribundo, al caer, Alejandro se incrustó en el pecho la pluma de ganso que guardaba en las alforjas

jueves, 21 de junio de 2012

Voy partiendo


Pasaron las nueve, las torres de control demoran mi salida, desconozco los desperfectos que están entorpeciendo el embarque, no me interesa conocerlos, eventualmente saldré, en minutos, en horas, pero saldré.

Igual, si vale aclarar, esto no empieza acá, es decir este proceso, no empieza ahora cuando voy acercándome al control migratorio y repaso mentalmente el momento en que indefectiblemente incluí el pasaporte en la mochila, y al dudar freno para comprobarlo, y si, ahí estaba; no, esto empezó antes, digamos que tal vez empezó cuando vi mi cielo y lo encontré cansado, o cuando mi calle se puso lenta y algo perezosa, o cuando mi casa algo ajena, no lo sé, para ser honesto, los síntomas varían, aunque casi indefectiblemente, se que cuando me paso demasiado tiempo mirando por la ventana y no estoy mirando nada, cuando paso más tiempo del promedio repasando fotos y en todas sonrío, cuando tardo más de lo necesario en cruzar las esquinas, o cuando al lado de la cama aparece algún libro de Hemingway por más de tres noches seguidas, se que tengo que ir partiendo, se que es hora de salir un rato.

No creo en huir ni en escapar, esto no se trata de esto, se que a cada paso que doy hacia ese avión, o hacia aquel tren, se que estoy un paso más lejos de mi lugar, de mi casa, pero ahora necesito ir partiendo, necesito salir un rato.

Bastante más cerca de las diez finalmente nos llaman, acá empieza oficialmente mi viaje físico, debo apurarme porque una parte mía ya se fue hace unos días, hay un pedazo adelantado que suele irse antes de tiempo, y necesito apurarme para encontrarnos, nos volveremos a unir en el viaje, no sé realmente donde ni exactamente cuando, pero volveremos juntos, siempre nos encontramos y volvemos juntos, pero ahora, en este instante, debo apurarme, estoy algo incompleto y no me gusta. Igual no estoy sólo, en este momento somos varios los incompletos, nos podemos identificar en la mirada, no necesitamos decir nada, pero nos miramos y sabemos que estamos incompletos y que estamos yendo a buscar algo que falta, no estamos tristes, todo lo contrario, todos guardamos unas sonrisas en algún lado cercano al pasaporte, aunque no vayamos mostrándolas constantemente.

Me gustaría ser exacto pero no puedo, ya voy partiendo y el destino de turno es anecdótico, esta vez es avión y ya dijeron lo de las puertas en automático, cross check y reportar, ya el capitán prometió pocas turbulencias, ya apagué los dispositivos electrónicos, ya mi celular está en modo avión y yo en modo viaje, voy partiendo, me recuesto ligeramente, miro de reojo las miles de luces de la ciudad, voy partiendo, cierro los ojos no por miedo, los cierro porque por unos días voy a soñar, los abriré a la vuelta, voy partiendo, otra vez, voy partiendo.

Quisiera ser exacto pero no quiero, por unos días, estaré lejos, este Santiago presente no es el motivo ni es la respuesta, acá voy partiendo, a cada paso por aquella calle que desconozco se viene un paso solidario de todas aquellas calles que alguna vez desconocí, acá de nuevo soy más curioso, voy a entrar en cada puerta que me llame y en más de una sin ser llamado, mi mirada de nuevo esta buscando otra mirada, mis ojos de nuevo exploran, ellos están inquietos, tal vez hasta más que yo…

…doblando en esta esquina se ve un barcito pequeño de paredes rojas y amarillas, sus escasas dos mesitas están aún vacías, un poco más allá, en aquella pared desgastada hay un obrero tomándose un descanso, está agotado pero disfruta con locura el cigarrillo que se está llevando a la boca, el sol le oculta el rostro, pienso en la foto que se impone, calculo un poco mentalmente, un poco apoyado en la tecnología, velocidades y exposiciones y antes, justo antes de disparar, me detengo y decido guardar esta imagen sólo en mi retina, la memoria hará el resto, ella juzgará que hacer con esto, y allá un graffiti, y acá una puerta, y camino, y corro, y entonces entre dos parpadeos acá suena el frenético piano de un jazz en Brooklyn, suena una ranchera insistente en Tepoztlán, veo allá las solitarias tablas de un cementerio en Tokyo, empiezo a oler un poco de un mercadito en Penang y algo de un locro bien salteño, se vienen las sonrisas de tres niños en Salvador y miles de mares interminables, se pasa mi pueblo en otro parpadeo y algo de Taganga y Cartagena, y otro parpadeo y de nuevo esta calle, esta calle que se pierde en bajada, y camino, voy partiendo, porque como sabrán, allá abajo, donde se pierde esta calle se encuentra lo que ando buscando, es decir, no saber que hay, allá está mi ignorancia, mi no saber tan necesario, ahí está lo que mi cinta en blanco precisa, lo que no sé me espera, no es lejos, justito, ahí abajo… 

martes, 19 de junio de 2012

Voy volviendo


Esta vez voy volviendo, de algún modo mi vida es este proceso de ir partiendo para luego ir volviendo, el tema de quedarse me da comezón o algo así como alergia, no lo tengo claro. Lo que de algún modo altera el guión perfecto es alguna mirada que se me va, casi de costado, hacia ciertos lugares donde parece ser que me podría quedar, pero no freno, voy partiendo, o voy volviendo.

Esta vez voy volviendo, mi corazón es fuerte pero cada tanto, me gusta ir volviendo, en mi credo existe extrañar, siempre y cuando haya una vuelta, haya un reencuentro, haya un abrazo que te espera, no puedo negar que a veces descansar en un hombro que me resulte familiar suaviza un poco el rostro hasta que de pura blandura se me escapa una sonrisa. Mi corazón es fuerte, pero necesito esto, necesito cada tanto ir volviendo, estas horas, este cambio de aire por mi aire, necesito caminar mi calle un rato, necesito mirar mi ventana y el infinito de tres metros que la separa del muro, necesito algo de esa enredadera que está luchando contra este invierno, quiero perderme en ese infinito, sólo un rato. Puedo estar lejos, puedo sentirme lejos, puedo ser ajeno y sentirme propio, pero cada tanto, necesito esto, estas horas de rutina, este ancla de realidad prepara mi velero inquieto para poder volver a partir, para poder volver a volver.

Ir volviendo, si claro, ir volviendo, es esta sensación de ansiedad, es este avión perdido en la noche inmensa, es este mar de horas que me separa de mi cielo, de ese techo que me mira cada tanto…de la cotidianeidad, de mi rutina …

…quiero ver si la araña que duerme en ese techo está bien, quiero ver si está viva, quiero mirarla llegar a la esquina y volver, quiero verla hacerse un diminuto punto, verla desaparecer y olvidarme de nuevo que está allí, que allí estará, que siempre estuvo ahí; quiero oler mi casa, quiero recorrerla con mi nariz, hundirme en el sillón y escuchar a mi manta, quiero contarle de nuevo las manchas, quiero que recordemos anécdotas, quiero un rato de mi piel sobre ella, y recordarnos otras pieles; sólo un rato, quiero ver el pedacito de cielo desde mi patio, mi pedacito de cielo, mi lote de atmósfera rectangular, quiero ver si está tan azul como lo dejé, quiero esperar desde mi silla que pase la nube obesa de las diez de la mañana, quiero verla irse y saludarla con dos parpadeos; quiero escuchar el silencio de mi casa, quiero escucharla susurrarme en silencio, quiero que me cuente que pasó, quiero que nos digamos que nos extrañamos, pero que ella lo diga primero, la última vez se lo dije yo, esta vez quiero ser el que diga el “Yo también”; quiero agarrar mi taza, tengo un poco de miedo que al agarrarla no la sienta igual, no quiero que se de cuenta que estuve con otras tazas, quiero que ella también sienta mi mano y nos amiguemos con un té largo, y si nos animamos, tal vez un cigarrillo, de esos que humean más de lo que se fuman, pero que están ahí, por las dudas, como haciendo el aguante; quiero tocar mi guitarra, sólo rozarla, sin sacarla de su funda, quiero que sepa que iré volviendo, que algún día saldremos juntos, que sus cuerdas y mis cuerdas van a estar en armonía de nuevo, no hoy, quiero pasar de cerca y decirle que me espere, que pronto iré volviendo y volveremos a intentar, que siempre volveremos a intentar; quiero saludar a mis libros, quiero dejar en casa a los que me acompañaron esta vez, agradecerles, desarrugarlos, contemplarlos; quiero revolver los discos, agarrar Abbey Road un rato, abrirlo como una cábala, siempre siento que todo será mejor, escuchar Something en mi memoria, sin sonido, sin tararearla, dejar Something en mi memoria…

…quiero devolverle una sonrisa auténtica al chiste que me van a volver a hacer los del estacionamiento, mostrar mi palma completa de lejos y una sonrisa abundante, mi mejor palma, mi mejor sonrisa a Andrés, a Igor, quiero escuchar una puteada en respuesta, de las puteadas que sólo se dan por cariño y seguir; quiero escuchar la radio en mi auto, y reírme sólo, reírme con ruido; quiero ver a mis viejos, sin detalles, sin poesía, sólo verlos como un recordatorio, como un faro distante que siempre está para explicarme de que trata eso que llamo vida, en que consiste esto que pienso es amor, verlos, sólo un rato…

En fin, esta vez voy volviendo, sólo por un rato, unas horas, esta mañana que deseo celeste, esta tarde que ansío con sol, esta vez voy volviendo, en este ciclo constante, esta noche, a eso de las nueve, en una noche que espero estrellada, que espero amigable, esta noche, tal vez un poco antes de las nueve, de nuevo, iré partiendo…

viernes, 8 de junio de 2012

Para que escribo


     Indefectiblemente pensaran en las glorias válidas de la literatura, y que cualquiera debería escribir para el sincero reconocimiento de los eruditos de las letras, muchos escribiran en busca de esa frase única, ese poema perfecto o ese cuento único; y claro, en el proceso se tropezaran con los escritos más desdichados. Se buscará también ese enriquecimiento eterno del lenguaje, esa combinación casi matemática de palabras oportunas, de metáforas inmejorables, y caerán en infinitos errores algunas veces, otras se alzarán con la pequeña o gran victoria, y se sentirán orgullosos como un pavo real o se avergonzarán con los rostros entumecidos y rojos. Lamentablemente no puedo compartir estos rumbos del pensamiento, reconozco, sin embargo, que estas empresas deben ser dignas de grandes literatos, allá, es decir, a una distancia suficiente del piso, donde las verborragias nocturnas son horas de trabajo, y las lágrimas sobre las hojas son una pérdida de tiempo y un par de insultos por la obvia transcripción. Yo sin embargo no levanto vuelo en estos aires, escribo sólo por razones estúpidas, tal vez para evitar un llanto, tal vez para regalarme una risa, mis torpes letras no acarician la perfección ni piensan en ella, mis metáforas deambulan por las calles arropadas con andrajos que les proveo periódicamente, no se elevan sobre el mar de la mediocridad sino que nadan plácidamente en sus aguas y se secan oportunamente con hojas otoñales de simpleza. Escribo también para ella, que no existe, pero la invento, la creo con sílabas azules, con puntos y comas breves y tímidos o con adjetivos atrevidos y grises. Claro que en primavera siempre aparecen provisorios pedazos de cielo que apuran las letras y rearman esperanzas de invierno, y mis poemas brotan como pasto fresco, intentan flotar sobre una cama de rosas y caen bruscamente sobre el cemento de la realidad, y mi corazón se cierra aún más, hasta casi hacerse ajeno a mis propias lágrimas. A veces escribo por ellos, es decir, por mis miedos, trato de dedicarles breves odas, trato de explicarlos para que sanamente entiendan mi psicosis y me perdonen los vaivenes de carcajadas y suicidios. Ultimamente también le quise escribir a ella, es decir, a la esperanza, casi mi único motivo verdadero y recíproco de letras, ella me mira, me acaricia, y me da más de cuatro motivos para sonreir, claro que conozco su partida inminente, por eso vuelvo a apresusar mis juegos macabros para sobrevivir intacto, para estar herido sin dolor y seguir esquivando los pozos de felicidad que me acechan.
     "...lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición..." decía Borges, debo aclarar que no considero mis pasajes buenos, pero aplico mis silogismos categóricos de primer orden en este punto, y afirmo que mis letras, una vez escritas, ya no son mías, ni de ella o ellos, y pasan a las filas gloriosas o desgraciadas de la historia literaria sin dar sensación de pertenencia a nadie. Claro que mi felicidad no es pequeña, al entender filosóficamente, que con mis letras huyen también las sensaciones que las causaron, alla lejos causa-efecto, y en ellas, no sólo se va ella, sino también dolor, sufrimiento, moderada alegría y raudas esperanzas.
Evidentemente debe ser por esto que escribo, por este despojo de sensaciones necesario para rescatar mojones de alma intactos. Sobrevivo gracias a eso, por eso escribo, para abandonar dolores sin lágrimas y evitar riesgos innecesarios. ¿Quién puede arriesgarse a amar en estas condiciones?, que insensato puede arriesgar más de una noche de lágrimas por lo imposible, por esa felicidad que es una amarga espera, un motor invisible para tantos hombres y una cruel realidad para otros como yo, una promesa de tontos o una esperanza inútil. ¿Debo arriesgarme a este ajedrez del destino?, quizá deba seguir escribiendo, por que a veces también escribo, cosas como esta, que me dicen porque escribo cosas como esas, y quizá por eso escribo.

jueves, 7 de junio de 2012

Capítulo 3: De los primeros 100 días


      Primordialmente los Martes iba a Misa. Tal vez algún Domingo, tal vez algún Viernes, pero primordialmente los Martes. No había prestado especial cuidado nunca por los preceptos y sus motivaciones eclesiastícas no derivaban de ningún Concilio, sino que simplemente encontraba sumamente placentero el silencio de Martes en la Iglesia de St. Martin in the Fields, simplemente se sentaba, desconociendo el protocolo evangélico, mira al techo o al suelo aleatoriamente, y cerraba los ojos. Una pequeña sonrisa amenecía en su rostro cuando el viejo órgano deslizaba alguna melodía, y así pasaba, dos o tres misas, hasta que tomaba su sombrero y emprendía el retorno.

    Evaristo solía desplegar la misma rutina los Martes, partía desde Seven Sisters rumbo a Finsbury Park caminando. El recorrido no era precisamente corto, y el paso de Evaristo tampoco era ligero, le tomaba casi una hora y media llegar a la estación del Underground, donde dedicaba religiosamente diez minutos a un cigarrillo que cubriría la dosis de tabaco de la travesía subterránea. A las 6:45 de la mañana, nunca antes, nunca después, emprendía su viaje hasta King's Cross donde mediante combinaciones llegaría a Camdem Town donde poseía un pequeño puesto de ropa, básicamente reliquias de la Segunda Guerra, puestas a precios muy cómodos. Los turistas inundaban el pequeño local, principalmente en Junio, aunque la actividad no cesaba en ningún momento del año, y Evaristo sólo contaba con la ayuda de Illmar, un inmigrante Estonio que repartía su tiempo en variados empleos y que durante la época de mayor trabajo, acompañaba a Evaristo jornada completa.

    A las 6:15, nunca antes, nunca después, bajaba las rejas del local y dedicaba la próxima media hora a formalizar los números del día mientras tomaba mate, cebado por Illmar que fue adquiriendo las artes luego de mostrarse sumamente intrigado por la metodología de aquella infusión. Luego fumaba otro cigarrillo y se sumergía en las sombras del Underground para emerger en Leicester Square, tenía un amigo en el Apple Market al que le compraba Yerba Mate todos los Martes. Saludaba efusivamente a su compañero uruguayo y vagaba por Long Acre hasta St. Martin's Lane, bajaba hasta la pizzería Bertorelli, donde el tomaba café y luego caminaba un poco más hasta Trafalgar Square, donde daría vida a su tercer cigarrillo mientras admiraba la National Portrait Gallery, a la que nunca entraba y nunca entraría. Finalmente arrojaba el resto del cigarrillo para que a las 7:30, nunca antes, nunca después, ingresará a St. Martin in the Fields, donde pasaría algunas horas, hasta emprender su retorno a casa, sin cigarrillo, con las manos bien hundidas en un montgomery gris oscuro, encogiendo el cuello sobre los hombros y acelerando el paso, convencido de que ese modo la temperatura del cuerpo iría aumentando. Bajaba por Duncannon hasta Charing Cross, donde esperaría el tren, mientras leía la última edición del periódico, armado con un café doble sin azúcar, sin cigarrillo.

    Todos los Martes, la misma rutina. Evaristo esperaba el tren, mientras ojeaba sin ningún orden las noticias del diario, su inglés no era excelente, pero a fuerza de costumbre podía descifrar la mayoría de las cosas. El tren de las 21.20 se anunciaba por el altavoz cuando se escuchó un ruido seco sobre el anden. Evaristo yacía inconciente en el suelo, mientras el café derramado alcanzaba ya a caer en las vias, la muchedumbre nocturna se acercó inmediatamente a socorrerlo mientras vociferaban en busca de algún médico. Evaristo no se movía, a su lado, la última edición del períodico goteaba café, en la penúltima página, en la esquina, se llegaba a leer:

Tragedy in Paris
Confrontations between students and the police ended in tragedy.
One student died during the last day of protest. Two french and one argentinian student were seriously injured during confrontations last night.
General strike called by the Confédération Générale du Travail for tomorrow.

miércoles, 6 de junio de 2012

Capítulo 2: Los Personajes - Evaristo Roldán


          Ni aún las cinco de la mañana, la casa antigua de Costa Rica y Borges huele a naftalina y alquitrán, nadie sabe a ciencia cierta cuantas personas viven en las dos plantas que desembocan a una tipa frondosa sobre Costa Rica, precisamente donde pasa el ramal tres del 39, cuyo ruido de frenos de aire suele ser el único que quiebra el suave murmullo de la música que se expande desde Plaza Serrano y araña con su úlitmo esfuerzo la esquina de nuestra casa. Las parejas enamoradas suelen caminar entre algodones toda la noche, van sigilosos murmurando palabras de amor, palabras que en voz alta los sonrojarían, pero que el manto nocturno suavizan los labios y las manos de incluso los primeros amores. Ni aún las cinco de la mañana, y en el tercer cuarto de la derecha, en la segunda planta, suena el chillido de un despertador de lata, siempre por escasos segundos, luego se escucha un golpe sordo, y una luz que se prende, ya todos lo saben, Evaristo es el primero en despertarse, todos saben también que no hará más de cinco horas que se acostó, pero desde que llegó acá nunca se lo ha visto dormir más.
          Evaristo se despabila lentamente, su cuarto es realmente pequeño, a la cama vencida contra la pared, se le suma una breve mesa en perpendicular, una silla hace las veces de armario, y una vez parado, solo puede dar dos o tres pasos hasta toparse con la puerta, que carece de cerradura y siempre está abierta. Muchas veces he llegado de madrugada y he visto este proceso mientras me deslizaba hacia mi cuarto, y siempre me pregunté como hacía ese muchacho pálido y delgado para trabajar tanto. Evaristo no sobrepasa el metro setenta, su piel es blanquecina, durmiendo siempre pareció un difunto, sus ojos son de un negro profundo y su cuerpo delgado pareciera ser una excusa para retener su alma entre los vivos. Verlo prepararse para trabajar a la madrugada o a la tarde o a la noche describiría enciclopédicamente la palabra metamorfosis, ya habrán entendido que Evaristo tiene tres trabajos, aunque en rigor de verdad tiene dos trabajos y una pasión......
          El cuerpo escúalido en madrugada se transforma lentamente en un joven de traje, muy pulcro por cierto, nadie adivinaría la esforzada vida de Evaristo al verlo trabajar en su escritorio de roble, en la recepción del Banco Río, sobre Avenida Mitre, en Avellaneda, nadie adivinaría que se despertó cuando no eran aún las cinco de la mañana, que tardó casí una hora en dejar en óptimas condiciones el traje que es el mismo todos los días, y que a pesar de la hora y media de viaje, siempre llega casi media hora antes, para volver a retocar el traje que fue la única herencia paterna, además de la madre destrozada que le dejó al irse una noche de abril, hace ya 8 años, cuando él aun vivía en Carlos Casares, tragedia que llevo a que su madre se suicidará tres años más tarde, y que los cinco hermanos partieran en éxodo hacia los lugares más variados del país, siendo Evaristo el único que quizo probar suerte en Buenos Aires. Claro que su cara de 9 a 13 no expresa nada de ese dolor, y una sonrisa se ve dibujada en su rostro. Luego sale, camina tres cuadras, solicita al playero de la YPF de Mitre y Alsina las llaves del baño privado (que le fueron concedidas gracias a varios favores que Evaristo le realizó al dueño de la estación) y cuidadosamente se saca su ropa de trabajo, coloca el impecable traje en un perchero que lleva en un bolso, lo guarda con serenidad, y parte en el 95 hacia el hospital Moyano, donde gracias un curso de enfermería que hizo cuando era más joven, realiza cuidados especiales a cuadros psicóticos en recuperación y aprovecha para (además de sumar dinero a su magro sueldo bancario) revisarse periódicamente con un médico amigo que le facilita algunos medicamentos para su asma nerviosa y para los males que le achaca estacionalmente el invierno crudo de la casa no calefaccionada y las alergías del polen primaveral. Luego de su día siempre agotador, vuelve por escasos ratos a nuestra casa, donde se prepara religiosamente para su última tarea, la única que realiza con verdadero placer, cerca de las 9 de la noche, Evaristo se sienta en la pequeña mesa, frente a un espejo oxidado, y empieza a enblanquecer aún más su cara, se coloca el redondel de plástico rojo en la nariz, y sale a la calle con sus grandes zapatos y su pantalón parchado y tiradores, a ser payaso...... por un rato..... a robarle a la gente las carcajadas que el no puede dar....... a robar alegría con la vaga esperanza, de que esa misma alegría, quedará en su alma, como un sueldo invalorable por su tarea tan preciada, y por dos o tres horas.... y a veces más, se alimenta con sonrisas, sabiendo casi siempre, que esa noche, será el único alimento que recibirá.

martes, 5 de junio de 2012

Capítulo 1: Los Personajes - Francisca Barros


        Es difícil proponer un punto de partida, nadie pudo imaginar que el adelanto de Santa Rosa en una desmesurada tormenta el 26 de Agosto, que el bache pésimamente arreglado en la esquina de Junín y Juncal, que una historia de amor tan inconclusa como la de Graciela y Osvaldo, que el cambio de cadete en la florería de Uriburu o que el cumpleaños de Lucas, el chico de ojos claros que vive sobre French, terminaría en la tragedia del 28, con la muerte de Norma y su hijo, en uno de esos accidentes tan evitables que la bronca se transforma en espuma en los ojos cada vez que uno se acuerda. Claro que hoy a la distancia, todo parece tan obvio......


       Sería una tarde normal de Martes en otoño, cuando Francisca Barros salío acelerada por Paraná, atropellando sus pasos como siempre lo hacía, y prestando casi ninguna atención al recorrido de los autos que transitaban Vicente López. A cada esquina que atravesaba sin cuidado la iban saludando, el portero del edificio de Rodriguez Peña y Guido, el kioskero de la tabacalera, apenas cruzando, los ancianos del club de ajedrez, sin ninguno esperar el retorno de aquel gesto, La Maga (como le decían desde hacía unos años por algún amorío juvenil con tintes de Rayuela) corría en pequeños pasos sin espacio para pausas de formalidades ni etiquetas. Siempre había sido así, ya desde niña, desde aquella época en que se sus ojos se escondían detrás de un flequillo interminable que su madre le había dado en castigo luego de haber rechazado hasta el cansancio las obligadas trenzas, desde aquel muro de pelo azabache sabía conquistar la cuadra cuando dejaba amanecer su sonrisa, todos la recuerdan corriendo desbocada por Montevideo (principalmente los ancianos del ajedrez, que entonces no eran tan ancianos), la recuerdan corriendo a los brazos de su madre o escapando de ella, o simplemente tratando de explicarse el mundo con sus preguntas inclaudicables. Siempre había sido así....
        Pero aquella tarde la Maga no se aceleraba por su genética ni por algún compromiso al que asistiría tarde. La Maga cruzó Quintana, bajo por Callao hasta Posadas y aceleró aún más el paso hasta llegar al correo, la sonrisa que la acompañaba siempre, no se dejo mostrar esa tarde, la Maga, con sus ojos en clara contención de un llanto, ingresó al correo y se agolpó en la ventanilla de encomiendas, observó al empleado de correos y lo llamó con la mirada, casi sin aliento, le susurró:

- Me llamo Francisca Barros. Me llamaron hoy al mediodía, me dijeron que.....

        La falta de aire atentó contra la Maga mientras el empleado, llamado Raúl, la tomo del brazo y le rogó que se tranquilizará

- No se preocupe Srta. Barros, sabemos a que vino, yo fui el que la llamo. Nos pareció sumamente extraño esto y no vimos mejor manera de solucionarlo que llamándola a usted, disculpe si la hemos incomodado. Pero ayer a última hora hemos recibido una encomienda a su nombre, no tiene dirección y sólo llego hasta aqui debido a que el remitente ha sabido encaminar al menos el código postal. Lo curioso Srta. Barros es que hace ya 3 años que venimos recibiendo encomiendas similares, siempre dirigidas a "La Maga" y no hemos sabido que hacer con ellas, no podemos devolverlas porque el remitente no ha aclarado su dirección, y sólo hemos podido saber su origen debido a un amigo en el Correo Central que me esta ayudando a descifrar este pequeño misterio. Además....

        La Maga interrumpió abruptamente la amable explicación de Raúl y con la voz quebrada pregunto, casi como una súplica...

- ¿De donde vienen? ¿Pudo saber de donde vienen?
- Creemos que las envían de París.....

lunes, 4 de junio de 2012

Te veo de lejos


Te veo de lejos.
Ha pasado ya un tiempo desde la última vez que nos vimos.
No menos de un par de mundiales y alguna olimpiada.
Te reconozco entero, de punta a punta.

No se si sabías, pero soy otro.
Soy distinto.
Me llevo un tiempo ver todo desde este punto.
No he vuelto a tener miedo,
ni a dudar como entonces,
los cosas se han vuelto simples.
Río mucho, lloro menos, me emociono bastante.

Lo sé, lo sé, no éramos así,
Hasta te debe dar algo de náuseas y un poco de rabia….
Pero soy feliz así, aunque no lo creas.

Tenés razón, nunca nos despedimos.

Puedo intentar explicártelo, una y mil veces,
pero simplemente te deje atrás,
en ese momento, en que cualquier paso hacia adelante era válido,
en ese momento, yo corrí, lo más lejos que pude.

Crecí. Aprendí. Amé. Viví.
Y me olvidé.
Olvidé lo que éramos.
Ya no somos los mismos.

Como están tus laberintos?
Me acuerdo como si fuese hoy como nos gustaba recorrerlos,
luego me di cuenta que no me gustaba estar siempre perdido.

Recuerdo también nuestra teoría del mundo,
nuestro conjunto de reglas inexorables,
el exhaustivo detalle de cada acción y sus consecuencias.
Nuestro decálogo de mandamientos sin perdones,
nuestro código penal siempre culpable,
luego me dijeron que la única regla válida era ser feliz,
y tuve que tirar mi librito a la basura.

Si, me acuerdo de las madrugadas,
me acuerdo de las noches llenas de humo,
del eterno insomnio, las ojeras,
del lento peregrinar de los minutos,
de la acidez, la resaca, los calambres,
de las hojas tiradas en el piso,
del asma, la soledad, de la guitarra.
Me acuerdo de todo.

Por que estás acá?
Lamento decirte que no hay lugar.

No hay segunda ronda para esta noche.
Disculpas si te hice pensar que te necesitaba.
Fue sólo un día,
uno de esos que cada tanto cualquiera tiene,
uno de esos en que uno mira para atrás y relame las heridas,
y tal vez recorre viejos senderos,
pero es sólo un día, uno nublado.

Tranquilo.
No te pongas mal.
Tranquilo.
No llores.
Tranquilo.

No está demás desandar la historia,
siempre es bueno saber de donde venimos,
de que estamos hechos,
que sangre nos corre por las venas,
que perdimos con cada herida,
que lloramos con cada lágrima.
No está demás.

Pero es sólo eso,
es ver esa película vieja que nos hace llorar,
es dormirse en un sueño que nos da miedo,
pero tenemos la certeza de despertar,
temblando, ansiosos,
pero abrimos los ojos, y vemos, que acá estamos,
que no es tan difícil, que no era tan grave.

Tranquilo.
Ya pasó.
Ya pasó.
Está solo mi sombra, y después…nada…

Y luego volvemos a andar con las manos en los bolsillos,
sin mendigar casi nada,
y nos prometemos días de puro sol, y atardeceres.
Nos ponemos la risa que mejor nos queda,
y salimos a desafiar gigantes,
y nada nos da miedo,
a lo mucho apretamos un poco los puños y los dientes,
nos damos coraje y agachamos la cabeza,
y torpes, convencidos, insolentes,
nos metemos tormenta adentro
y hasta casi disfrutamos de la lluvia.

Tranquilo.
No pienses.
Tranquilo.
No hay respuesta en ese libro.

Está solo mi sombra, que se ríe,
Y en el último pelo que se mueve, ya termina,
Y después…nada

Porque, sabes que?
Las heridas siempre sanan,
Dejando sólo la cicatriz  para que la torpe memoria no olvide sus tatuajes.
Las lágrimas son necesarias,
Para que no nos rebalse el dique y un día de la nada, nos tape el agua.
El insomnio, a veces aparece,
Solo para que tenga unos minutos de más y pueda escribir esto,
y me paro a contraluz,
y veo mi sombra, que a veces mide más que yo,
y luego me río, y nada.

Y si fumo, viene el asma,
si duermo poco, algún calambre,
luego del vino, la acidez y la resaca..
Pero aprendí a perdonarme mis pecados,
y aprendí a prometerme ser mejor, día a día
sin apuros, sin ansiedades,
sólo ser mejor, robarme a mí mismo alguna sonrisa
por ese pequeño logro, que sólo conocemos yo…
y mi sombra….

Tranquilo.
Te quiero de mi lado.
Tranquilo.

Entendeme.
El alma no son sólo tempestades,
también es esa fina lluvia, que se va rápido,
también es el primer rayo de sol que rompe la nube,
también es mi sombra, que me mira, y se sonroja.

Entendeme.
El amor no es remolino,
no son guerras ni batallas,
la victoria y la derrota se me pasaron de moda.
El amor no es sólo eso,
es también que me tiemblen las piernas como niño
no todos los miedos son malos.
Es también el dulce beso que promete,
es también la tierna espera,
son esos días en que todo te conmueve.

Entendelo.
La vida no se nutre de días únicos e irrepetibles.
No se nutre de epopeyas ni de héroes,
la vida no es más que este momento,
en que mis dedos se deslizan con cada palabra.
La vida es lo que fui.
Lo que soy.
Lo que quiero ser.
Es ese abrazo que le debo a mi viejo,
son esas palabras con las que mis amigos me emocionan,                     
son esos besos que aún no di,
son las carcajadas que faltan,
son los lugares que no conozco,
son las heridas que aún no tengo

Tranquilo.
No mires más allá.
Tranquilo.
No hay nada.

Acá te esperamos
Mi sombra y yo….y después…nada

Entendelo.
Te quiero de mi lado.
Pero si sólo crees en el pasado,
Si sólo volás con huracanes,
Nos vamos.
Mucha suerte

Un último favor.
No le digas a nadie que nos vimos.

domingo, 3 de junio de 2012

1001


Una imagen vale más que mil palabras. Eso dicen y en cierto modo lo afirmo, como afirmo todo en mi vida, de un modo irregular. Lo difícil es encontrar esa imagen, en realidad a veces se disipa, se difunde, la imagen se va, se extravía o se pierde.  Quedan entonces las palabras, que se presentan claras, nítidas, irrefutables, se muestran tangibles y existen, sin lugar a segundos pensamientos.

Más de mil palabras.

Empezar entonces con la historia. La historia que aún no existe, que habla en potenciales o ilusiones. Somos las primeras especies de un mundo que no se ha creado, de un planeta inestable que aún no define sus mares y sus ríos, sus valles y montañas, en esa masa uniforme que intenta crearse, nosotros ya existimos, o creemos existir.

Y existimos. Recorremos este mundo sin tomarnos las manos ni acercarnos, el mundo se forma mientras nosotros  esquivamos a Darwin y sus leyes y nos reconocemos las huellas, nos miramos de lejos desconfiados y podemos desandar nuestros propios surcos, mientras los mares se enfrían y algún pez decide su aventura anfibia probándose en oxígeno y arena.

Más de mil palabras.

Y así podemos deshojar la historia, podemos correr en paralelo de las eras, y despertar un mañana entre los pinceles de Picaso e irse a dormir con el estruendo del muro de Berlín. Puedo un día buscarte en la Muralla China y perderte en un Moscú repleto de Zares y de gloria. Podríamos ser parte de la propia literatura y podría un día cualquiera ser Horacio Olivera y vos ser La Maga, y simplemente deslizarte una carta que diga:

¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguirlas formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da cites precisas es la misma que necesita pape! rayado pare escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.

Y entonces claro, podría ser Paris en primavera, podrían ser barrios latinos, podría ser alguna esquina, podría elegir conocerte en La Sorbonne y mirarte de reojo entre dos libros, merodear tu casa con boina y bicicleta y tomar tu mano en Mayo emocionados.

También podría ser un emperador antiguo, en época violenta y vos ser la dulce dama que tranquiliza mi ira, o podríamos reinventar la historia y simplemente mezclar las horas y encontrarnos o desencontrarnos a cada segundo.

Podemos incluso descreer las leyes, y tomar a Newton como una idea y que la gravedad sea para los viejos y volar sea siempre una opción válida. O simplemente elegir la lluvia con mi tristeza, y que salga el sol con tu sonrisa, podemos frenar el universo y jugar con meteoritos, elegir todos los días el centro de un universo y darle la forma que más nos guste a los planetas.

Más de mil palabras.

Claro que también existe un presente, un tiempo real, lineal y rutinario. Existe un día en el que te veo, y existen cientos en el que no existes. Existe una hora de sonido y varios días de silencios. Existe este lugar donde no podemos inventar otro universo, existe Juncal y Buenos Aires, existe mi casa en provisorias ruinas, existe una realidad irrefutable, existe mi pasado y tu presente.

A su vez, existen las tormentas, existe el frío de alguna noche y existe la nostalgia. Ya inventaron el reloj y sus minutos, alguien pensó en la tristeza, algún ya tuvo miedo, hay una historia que nos precede y nos empuja, hay un futuro que nos da vértigo.

Existe entonces este presente tan pequeño, existe este segundo que sabe a poco. Y decido no aceptar su insipidez…

Y escapo del reloj y de su arena, elijo no danzar con los planetas, salteo inviernos y años de sequía, invento este mundo con cada letra, elijo 5 abriles al año, mi tiempo es este, el que creo, el que invento, con el que viajo cuando cierro los ojos, con el que sueño cuando deambulo despierto.

Y todo es posible o así lo creo. Y me acerco y te miro. Y decido buscarte con mis vaivenes, y puedo huir una mañana y correr y decir nunca más, y volver entre humo en madrugada, y decirte que si, que tal vez, que quizá. Puedo intentar tu mano y fallar, y volver a intentar y no fallar.

Puedo desaparecer una mañana, puedo resucitar alguna tarde, puedo crear casualidades y olvidarme compromisos, puedo llegar tarde a mi futuro.

Más de mil palabras.

Y tengo más palabras y más mundos, tengo una historia a escribir y mil ya escritas. Mis letras seguirán desafiando esta historia, que como sabemos, no existe, pero sobrevive en estas hojas, moribunda de realidad respira estas metáforas, la no historia de nuestro pasado, la no historia de nuestro futuro, el no recuerdo de nuestra vida, vive, crece y madura en esta tierra fértil en fantasía, en este lugar aún no creado vive, en este lugar aún no fundado, a veces muere, en este mundo tan joven, espera su génesis y su éxodo, en esta tierra que aún es de nadie, planto esta bandera que desafía las mitologías y sus gigantes, en este lugar destierro el miedo y el fracaso, la cobardía de estas manos se hace invencible y mil palabras, y una más. Este mundo existe, este mundo tiene un lugar que ya conoces.

Y mientras busco tu imagen nítida y transparente, te escribo más de mil palabras, mil y una.

sábado, 2 de junio de 2012

La Piel


“Lo mejor de nuestra piel, es que no nos deja huir” (Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota)

La esencia es la misma. Eso no cambia.

Nos miramos y nos vamos calculando, vamos a intentar descifrarnos a cada instante, vamos a querer adivinarnos el próximo paso, seremos humanos de este modo, nuestros sentidos como las únicas e inmejorables armas, el instinto de pronto hecho pedazos, nuestra mejor mente jugando a ese rompecabezas casi siempre incompleto, sin bordes, sin referencias.

Lo curioso, es que creemos controlarnos, lo extraño, lo hipócrita, es que decimos controlarnos, lo estúpido es negar a nuestro instinto, es racionalizar, estructurar lo que siempre nos ha sido puro, indomable, animal.

Pero claro, un día levantamos nuevos códigos, nuestra corta omnipotencia nos lo permite, matamos los géneros e idolatramos igualdades, asexuamos los vínculos y nos sonreímos ante cada espejo al creernos sumamente espirituales, dotados de mil razones y juicios, miramos con asco la indecencia animal, la estudiamos, analizamos, la atiborramos de opiniones, la clasificamos y encuadernamos y orgullosos de tanta ciencia descongelamos la pasión para alguna media hora de un sexo aséptico y ordenado.

Realmente lo creemos, realmente controlamos esos sentidos, todos y cada uno de ellos. Y entonces si nos miramos y en esa imagen aparece algún deseo, ya aprendimos a desviar los ojos, a neutralizar la imagen, a enfriar la pasión que a veces vuela desde las pupilas, lo aprendimos, ya nos lo enseñaron. Y resfriamos nuestras narices para evitar ciertos olores, inundamos el mundo de ruidos para enmudecer a las sirenas y guardamos el tacto y el buen gusto para alguna comida de etiqueta, y las manos y las lenguas son propiedad privada.

Y de repente, carajo, dos metros cuadrados enteros de pura piel. ¡Mierda, que descuido! Y juro que la cubrimos, que la protegemos, que evitamos cada roce, pero nos es imposible, nuestro órgano más extenso se muestra desprotegido, sus poros sedientos, abiertos, mil billones de capullos esperando que el polen correcto desencadene lo inevitable, la química invisible acechando las mil barreras, los mil muros, y en el instante menos esperado, un calor incontrolable nos desnuda y nuestros sentidos se despiertan, y entonces si, nos miramos y los ojos se buscan, se seducen, se desean, las distancias se acortan y el cuerpo dispara su esencia más primitiva que despeja cualquier otro olor, y sólo se huele instinto, y las manos se acercan y se miden, se calculan, se recorren, el cuerpo antes ajeno ahora es propio, las bocas se desafían, sus lenguas se atacan, se agolpan, se enredan y dos incalculables metros de piel se conectan de punta a punta, y nuestra razón ya no lo es tanto, y los motivos del deseo ya no existen, una irreparable cadena de eventos sucederán sin que nadie pueda evitarlo, nuestras mentes se rinden ante sus animales, y las pieles sudan y exhalan cada gemido, cada arremetida, cada bocanada de un placer que creímos prohibido.

Así estamos hechos. La esencia es la misma. Eso no cambia.

Nuestras convenciones, nuestras amistades, nuestros formalismos se derrumban cuando la naturaleza nos exige, y saberse llevar tiene sus riesgos, siempre existe un mañana, algo perdido, algo por perder, algo ganado, pero también existe el placer, existe nuestra especie que se desea a pesar de cada circunstancia. Saberse llevar, dejarse llevar, ese es el reto.

Eso no cambia.

viernes, 1 de junio de 2012

Mis ojos, mis manos



“El desnivel acecha, cada paso puede ser la caída”
(El Ciego, Jorge Luis Borges)

Siento un ruido a través de la ventana, y a lo lejos el canto de unos pájaros que ya anuncian esta mañana, en ese momento abro los ojos y es de día, es decir, la idea del día, la luz del día, que no conozco, el sol sobre un cielo que no he visto, un mundo nítido que imagino, claro, un mundo tejido de conceptos que he adquirido, un mundo decodificado en una mente fetal de imágenes. Pero claro, abro los ojos que he cerrado hace algunas horas tan sólo para que en mis globos impotentes no cicatricen sus tejidos, los cierro sin saberlo, porque algo en mi cuerpo me lo ordena. Un rato después, abro mis ojos, es decir mis manos que construyen imágenes a tientas y edifican objetos a texturas, mis ojos, es decir mis manos, se deslizan ahora sobre un suave algodón sobre el que me recuesto, con cuidado, siempre despacio, ansiosas ellas del momento sólido que indicará el fin de esta, mi cama, de la cual he aprendido sus dimensiones y he memorizado que es caoba de estructura y blanca en sábanas y acolchados, claro que tal vez lo que yo estoy imaginando como caoba no sea lo mismo que usted piensa, y lo que yo creo que es blanco, sea ligeramente distinto a lo que todos ustedes piensan que es blanco, he aquí mis libertades para inventar este mundo y sus componentes, ustedes ya han tenido que ponerse de acuerdo en sus convenciones y armonizar colores, texturas, objetos, yo tengo otras licencias. Y finalmente, otra textura, el fin de mi colchón, el borde lejano de mi lecho, mi punto de apoyo para erguirme, aquí estás, te encontré, igual, cada mañana dudaré si este punto es siempre el mismo, si esta habitación es siempre la misma, si esta cama es la misma, la incertidumbre ha sido mi religión desde que pienso.
Estas filosofías se esfuman ante el día que inicia, debo creer que esta es mi casa, debo creer que esta es mi cama, y pararme, caminar. Mi fe es esta, una fe útil, cotidiana, una fe de supervivencia. Así entonces camino, mis ojos, se mueven en el aire, golpeando nada, nadando en busca de mi segunda estación sólida, buscando esta textura rugosa sobre la cual mis ojos se deslizarán en busca de aquel borde frío que anuncia mi puerta, la salida de esta geometría hacia la siguiente, mi memoria tan refinada me irá guiando en mis polígonos imaginarios hasta que vuelva a este primer cubo, y mecánicamente, vuelva a cerrar los ojos.
Desde mi puerta es un paso al frente, y otro paso largo y dos más cortos hasta el baño, en ese punto, inclinándome ligeramente mi mano derecha encontrará la perilla que libera el agua fría, la única que necesitaré hoy, que es verano, llevo el líquido a mi cara y la refresco, por un instante me levanto y mis ojos, no mis manos, se encuentran a sí mismos en un instante eterno frente al espejo, cada día se miraran sin nunca encontrarse, siempre a los ojos, pupila con pupila, se mirarán sin nunca verse. Tomo el cepillo y me lavo los dientes sin nunca poder evitar sonreír al final y mostrar mi mejor sonrisa a un espejo que me devuelve siempre oscuridad, un paso atrás, girar 90° a la derecha, dos pasos cortos al frente, 90° a la derecha y entrar a la ducha. Bañarme, dejar que mis ojos recorran mi cuerpo, que lo inventen, que mi cuerpo sea ese boceto interminable que cambiará todos los días, encontrar siempre algo nuevo en este lienzo en blanco, cerrar la ducha, volver lo andado, golpear el aire mil veces y encontrar mi ropa que por alguna coquetería ajena o por alguna convención poco práctica es bastante más de la que necesitaría, me termino de vestir y pienso “Espero verme bien”, y claro, esas palabras trascienden su significado y el suspiro se hace mayor, si claro, espero verme bien.
Por comodidad, seguridad y además dinero, mi cubo existe en una Planta Baja, no podría vivir el vértigo de mil escaleras a diario, no poseo perro, sólo bastón, más allá de la nobleza de aquellos animales, admiro mi nobleza de no hacer vivir a estas criaturas esta vida, existe cierta intimidad entre mi mirada gelatinosa y quien les escribe, no queremos terceros en discordia. La calle será siempre una aventura, un viaje taquicárdico por sonidos y texturas sin patrón, el piso cambia, las paredes cambian, los sonidos cambian, mi mundo se construye y se destruye a cada paso, mi dibujo se hace y se deshace mil veces en cada segundo, el mundo plástico se me presenta, se que voy a tropezar, la gente me roza y mi cuerpo se estremece, un sonido se acerca y agito mi bastón como mi más legitima defensa, cada golpe en el piso, mi bastón busca la tierra, el tic-tac de mi vida, la espera interminable entre cada tic y cada tac me agobia, pero siempre debo salir, quiero salir, necesito salir.
Tic, piso, tac, nada, termina la calle, me detengo manso en esta esquina esperando la gentil mano que me tome del brazo y ofrezca ayudarme a cruzar, me siento algo sólo ahora, del otro lado de la avenida, me espera mi trabajo, pero de este lado, ahora, me siento algo sólo. Una voz joven y femenina me dice, “te ayudo a cruzar”, no lo pregunta, me lo afirma, asiento con mi cabeza y sonrío, o creo sonreír, o mejor dicho hago con mi boca, lo que yo creo que es sonreír y avanzo, sin tic, sin tac, hasta la otra orilla del mundo, hasta mi trabajo.
A diferencia suya, yo tengo un olfato único, y trabajo detectando fragancias en un laboratorio, mi silla es cómoda y mi oficina es grande, o así me la imagino porque las voces retumban, el eco es tardío, debe ser grande, de techos altos y pocas ventanas, así lo imagino, como todo lo que imagino, como usted seguro imagina la vida en otros planetas o el fondo del mar, lo imagina sin leyes, sin restricciones, lo imagina libre, así imagino yo, lo que usted ve. Aquí no entra el sol, porque claro, yo no veo el sol, pero siento cuando está en mi piel, cuando sus rayos me tocan, usted seguramente se olvida de sentirlo, porque lo ve, porque tal vez su principal incapacidad, sea poder ver y lo sabré cada vez que mis ojos, es decir mis manos, se toquen con sus manos, que usted decidió no hacerlas ojos.