Cuando yo tenía 15 años, por estos pagos, Internet
no era más que una buena idea y las computadoras unos aparatos gigantes que
cada tanto aparecían en alguna casa, blancos, repletos de cables, la única
funcionalidad para nuestra adolescencia era la de juego (para los que aún no
contábamos con los lujos de alguna consola) y estos se conseguían en unos
discos enormes y flexibles, se jugaba menos ahí, y bastante más en la calle. El
teléfono era sólo teléfono, una sola función, una función increíble, hablar; fijo
en algún sector de la casa, se compartía entre los miembros de la familia,
también a veces se tenía algún inalámbrico para poder caminar un poco pero
principalmente para esas charlas que nos sonrojaban tanto.
Las biromes se solían acabar seguido, siempre
necesitábamos hojas y nuestras mochilas pesaban un montón, y todo lo de
adentro, servía mucho.
Cada vez que nos íbamos de casa, a cualquier
lado, a cualquier hora, en el preciso instante en que se cerraba la puerta
debíamos confiar, estábamos solos, confiar en la veracidad del punto de
encuentro, respetar la puntualidad, entrábamos por un rato en silencio de radio,
caminábamos por calles más libres de ondas magnéticas y nuestros bolsillos
tenían menos cosas. Para las emergencias existían los teléfonos públicos,
aunque no siempre funcionaban, pero igual teníamos nuestra memoria llena de
números telefónicos, nos sabíamos miles y cada uno poseía sus propias reglas
para recordarlos, a los más importantes yo podía discarlos en el aire, hoy aún
puedo pero los números cambiaron y ya mucho no sirve.
Para el amor, bueno, había que tener algo de
cojones y toneladas de paciencia, lo que había que enfrentar no era poco y no
era simple y entonces ella tenía que valer la pena. Era muy distinto. Primero
debíamos conocerlas, frecuentar paradas de colectivos, salidas de colegios,
fiestas, mirarlas, y hablarles, si, HABLARLES, por favor no olvidar que eramos
adolescentes y por ende bastante tontos, pero bueno, si todo esto era sorteado
eficientemente (insisto, muchos moríamos ya en esta instancia) en el bolsillo,
en algún papel nos íbamos orgullosos con algún teléfono y ahí empezaba otra
historia.
Eventualmente había que llamar, si teníamos
suerte en serio, tal vez nos cruzábamos con ella en la calle, o si pudimos
jugar un poco al detective y averiguar donde vivía, pasábamos cuando los
colegios nos liberaban, pretendiendo ser casuales, y si nadie nos veía, nos dábamos
un par de vueltas a la manzana, ¿la verdad?, casi nunca funcionaba, así que
eventualmente había que llamar. Juntar valor, esperar el momento en que el teléfono
esté libre, y llamar, así de fácil, así de imposible. Después de las seis de la
tarde antes de las nueves de la noche, antes no estaba, luego era tarde y uno
corría el riesgo de parecer irrespetuoso. Es decir, si la valentía me aparecía
a las dos de la mañana, no me servía de nada, si una mañana mientras caminaba
al colegio sentía que podía llevarme el mundo por delante, tampoco servía, el
impulso resultaba estéril, había que animarse en horario restringido. Pero
bueno, mi viejo trabajando, mamá salía a hacer compras, ese era el momento, el
teléfono se erguía poderoso y llamar, finalmente llamar. Siempre planeaba lo
que iba a decir, lo que iba a preguntar, y siempre fallaba en ese guión
ficticio. Pero llamaba, en la espera de la suerte que en turno me tocaría esa
vez, porque claro, casi nunca atendía ella, y tal vez los padres y uno
impostaba la voz para no ser tan borrego, y preguntaba “¿hola con lo de tal?”, “¿está
tal?”, y ojala que estuviese, porque sino, había que esperar hasta un par de días
para volver intentar y la ansiedad que eso incluía, pero claro, también te podían
atender los hermanos y darse una panzada haciéndote sufrir un rato y quizá ni
te pasaban el teléfono, todo el folklore, todos los obstáculos, todas las
posibilidades que uno tenía sólo para poder hablar con ella, con quien ya nos
habíamos visto, ya nos habíamos gustado, pero aún no podíamos hablar y eso que
ambos queríamos. Y bueno, un día finalmente hablabas y entre balbuceos, frases
ganadoras, otras perdedoras y silencios la invitabas a salir y ella decía que
si, y colgabas el teléfono y nadie te podía borrar la sonrisa.
Y salir era otro arte, nuevamente ser puntual,
elegir el lugar, tocábamos el timbre y esperábamos en la puerta, esos timbres
que hoy están casi en desuso de tanto mensaje que dice “Bajá”, esas puertas que
hoy algunos ni conocen, caminábamos, abríamos la puerta para que ella pase,
invitábamos las copas de turno y la acompañábamos nuevamente hasta la puerta y
alguna que otra vez, el destino nos regalaba un beso inexperto que nos hacía
explotar los poros.
Así algunos, conocieron la mujer de su vida,
otros el primer amor, otros su primer beso.
Y hoy, cuando te pase a buscar, luego de la
linda e inesperada charla de una hora que tuvimos por teléfono, cuando te toque
el timbre y te espere en la puerta, espero que sepas que en este mundo digital,
que este mundo ansioso espero que nos podamos abrir paso entre tanto wi-fi y
sepas que me muero de ganas de que tengamos este amor analógico.