Me es
difícil juzgar la belleza de una ciudad, existen muchos parámetros, cantidades
de cuestiones arquitectónicas, históricas o geográficas que no domino,
simplemente observo, simplemente exploro y siempre me llevo algo, siempre, seré
distinto al final del viaje, no de este en particular, sino de todos los que
hice y haré.
Decido
asomarme un poco por fuera de la Medina, hay otro Marrakech del otro lado de
las murallas, es innegable la personalidad de esta parte de la ciudad, es indudable
su carácter pero también lo es su pobreza, las calles lo muestran y su gente no
lo esconde, ahí está, se vive día a día, muchos duermen en la calle, muchos
mendigan, nada nuevo, nada impresionante, simplemente una realidad, su realidad.
Khalid es el taxista, hablamos por señas, no hay idioma puente que nos acerque
esta vez, ni bien salimos me va señalando los hoteles de lujo y a medida que
nos alejamos las casas no pueden evitar mostrar su rasgo francés, atrás, la
Medina se pierde bajo el sol, que sigue ahí, implacable. Las pequeñas motos,
las carretas, los autos de otro siglo desaparecen, acá todo parece nuevo y
seguramente lo sea. Khalid me deja en el Jardin Majorelle, un pequeño jardín
botánico que es un emblema de la época del protectorado francés en Marruecos.
Había leído que durante aquel período se trató de mantener el espíritu local en
las construcciones y respetar los estilos propios de la ciudad, de algún modo
se puede decir que es cierto, se intentó, pero uno nota la diferencia, se
respira otro aire, se ve otra gente, es distinto. Supongo que es difícil tratar
de ser parecido a algo que es distinto a nosotros mismos, el intento resulta
estéril, voy pensando estas cosas mientras disfruto el imponente jardín, más
allá de todo ello, es imponente, me siento en un banco a tomar agua y respiro,
hace un tiempo que no hacía esto, y lo disfruto.
Humo,
el centro de la plaza Jemaa el Fna, la principal, eleva una columna que nubla
el cielo, todo humo que se ve desde todas las pequeñas calles que llegan allí,
ya se han ido los encantadores de cobras, ya se han ido la mayoría de los
puesteros, sólo queda este inmensa feria de comida que desaparecerá en una
horas para volver a nacer cada tarde, todos los días construirán este inmenso
mercado de comida y todos los días lo desarmarán. Voy caminando entre los
distintos locales, mis brazos no son míos, son de ellos, cada tres o cuatro
pasos alguno me agarrará e insistirá en que coma en tal o cual lugar, negarse
es un arte, un simple “no” es inútil, lleva un par de minutos convencerlos y
poder seguir adelante. Finalmente uno me convence, luego de varios que me
charlaban de Maradona y Messi cuando les decía que venía desde Argentina este
me dijo en un español perfecto “¿Argentina? ¡La Albiceleste!”, la originalidad
siempre da frutos, así que entre sonrisas me siento en el puesto 34, en una de
las esquinas de este cuadrado inmenso.
Pan y salsa, independientemente de lo
que vaya a ordenar, eso viene, junto con una pequeña lista escrita en varios
idiomas, me decido por unos mariscos mixtos y voy charlando con la mezcla de
turistas y locales que se acerca al lugar, esa es la dinámica, estamos todos
sentados alrededor de la cocina, no hay separaciones, la charla es una y
varias, y uno puede elegir dónde escuchar, dónde opinar. Los cocineros no se
detienen un segundo, perdidos detrás del humo de las planchas sólo abandonan el
cuadrilátero para fumar y vuelven a la incesante tarea. Es mi última noche, no
puedo pedir más, es hora de volver nuevamente. Ya aprendí los caminos, me
siento más seguro en la ciudad, es la última noche, quiero quedarme más, quiero
ir al desierto, ya volveré pienso, ya volveré, me prometo.
Youssef
me invita el último té, la madrugada se nos fue una vez más charlando, me
enseña cómo escribir mi nombre en árabe y algunas de las reglas del idioma, me
parece apasionante, siento que el tiempo siempre es escaso, no me quiero ir, ya
pienso en volver.
Llega
la hora de dormir, la solemnidad de turno, los saludos finales, le agradezco a
Youssef por todo, intercambiamos datos para algún próximo viaje y simplemente
nos dimos la mano, aunque luego del apretón el se lleva la mano al pecho, me
extraña un poco el gesto y le pregunto qué significa, se ríe y me dice “A los
hermanos se los lleva en el corazón, y cuando uno saluda a un hermano, se toca
el corazón”, repito el gesto junto con él y me voy, el me dice “No te olvides,
tienes un hermano también acá” y volvió a reír.