jueves, 31 de mayo de 2012

La Distancia - Toma 1


Se detuvo casi mecánicamente frente a la ventana que soportaba estoica los embates constantes del viento frío del invierno. Sus manos acurrucaban una taza gigante de té que humeaba cada vez menos, igual su calor lo reconfortaba. La mirada perdida obviaba el escaso movimiento en las calles, tal vez un auto, tal vez un peatón de manos en los bolsillos y nariz enrojecida, solamente tal vez, su mirada rompía el paisaje y viajaba, pensaba en que momento le había perdido ese cariño a las celebraciones, en que momento el calendario había quedado huérfano de hitos. El reloj acariciaba las cinco pero la tarde ya era noche, de a ratos su mirada encontraba un joven pecoso y siempre desarreglado, al de la carcajada torpe, al de la mirada inquieta, el mejor y el peor Javier de otros Diciembres. Que será hoy del Negro, de Juan, del enano Carlitos pensaba, como extrañaba al viejo, a su casa llena de vida, los alborotos de la vieja, las resacas, en que momento había elegido esta ventana, este Diciembre, esta taza de té. El estómago le pidió un pucho, y la mano sin quererlo golpeó el bolsillo y allí estaban, se colocó el abrigo de rigor y maldijo a los detectores de humo, dejó la taza y desde el porche y mirando al hielo que hacía patinar a los autos continuó nadando en el pasado, mientras las bocanadas de humo se confundían con el aliento y sentía que la barba ya le olía demasiado a tabaco. Tengo que bañarme, recordó. Dormir un poco más.


El teléfono volvió a sonar, lo había escuchado pero el dolor de cabeza y un malestar estomacal espantoso lo hicieron desistir de atender, rodó sobre la cama y sintió algo del aire acondicionado en la cara y sonrío, que calor insoportable, que aire acondicionado de mierda, pensaba mientras se hundía de nuevo en la almohada. La tercera vez atendió.
-          Hola –dijo Javier- ¿Quién es? – La voz del Negro exploto del otro lado, entre risas e insultos. Javier trató de disimular que dormía, pero supo que él se daría cuenta.
-           ¡Deja de dormir hijo de puta! – Y las risas volvieron a explotar, no estaba sólo, se escuchaba una risa de fondo, igualmente el seguía demasiado dormido y demasiado borracho para identificar la otra voz. – Despertáte de una vez flaco que en 20 salimos, cambiate rápido, te toco el timbre, no te duermas de nuevo.
-          ¿Qué hora es Negro? ¿No era a la tarde la joda esta? No estaba durmiendo, lo que pasa es que justo…- Lo interrumpieron en seguida, no había tiempo para excusas y menos las de mentira.
-          Son las 3 flaco, en 15 estoy en tu casa, hacete un bolso así nomás, hacen 35 grados, poné dos boludeces que no vas a necesitar más.
-          Dale, comprame puchos. Chau Negro.
Javier, se levantó, se le partía la cabeza en mil pedazos, manoteo una mochila y puso un par de ojotas, un traje de baño y una remera, metió el celular que vio titilar bajo la cama reventando en llamadas perdidas y se fue a lavar la cara, no había tiempo de bañarse, pero se baño igual, demasiado calor y su cuerpo sudaba a cada paso. Salió rápido y se sentó en la computadora mientras se secaba, ni bien la abrió ojeó los titulares de los diarios, Buenos Aires un infierno, 38° de térmica, y un par de muertes y accidentes de tránsitos de rigor por las fiestas, no quiso ver los mails, cerró la máquina sin apagarla y quiso prender un cigarrillo, no había más, puteó y bajó a abrir la puerta, ya habían llegado.


Ni valía la pena chequear el termómetro de la casa, hacía un frío insólito. Pensaba mientras apagaba luces que la cuenta de luz lo mataría este mes, que debería postergar unos meses el viaje a Argentina, que todavía no había terminado el capítulo que le había exigido la editorial, que no tenía ganas de corregir los ensayos de la universidad, pensaba en olvidarse por un rato de eso, que mierda, que preocupaciones tan poco románticas, que mierda pensó, pero esta vez lo dijo en voz alta. La televisión de fondo, un libro de Vargas Llosa, un vaso de whisky sin hielo y un perro que le lamía los dedos cada vez que estos se le acercaban cuando el pasaba las hojas del libro, se detuvo un minuto y recordó que debía confirmarle a los de la universidad que no iba a ir al festejo de año nuevo. Agarró el teléfono y sintió un deseo enorme de querer ir, de estar inquieto, de ser nuevamente el que reclutaba entusiasmo, pero supo que no, que no quería salir. Ni llamó, un mensaje de texto seco y tajante. Earl, I won’t be able to make it. Bye. No volvió a ver el teléfono, ni se preguntó si responderían, de reojo vio que en Nueva York ya era Año Nuevo y los festejos y el Times Square, la apagó y se perdió nuevamente en el libro. Lo leía de a ratos en voz alta, sólo para escucharse en español, como extrañaba el sonido de su idioma, como extrañaba el griterío.



-          Flaco, es un asco este auto, ¿te obligan a no lavarlo? – Dijo entre risas Juan mientras tiraba miles de cosas en el asiento de atrás y se sacaba las zapatillas antes de entrar para apoyarlas por todos lados menos en el piso – Negrito, viste la cara del Flaco, no deberíamos sacarlo a pasear más, no sabe joder este boludo. – Y el Negro miraba y se reía, pero inmediatamente volvía al iPod y se olvidaba de todo mientras subía la música a todo lo que era posible.
-          Subite gordo, y acordate que joder es un trabajo de semana completo y no las muestras gratis que haces vos una vez por mes, pero bueno, igual te admiro, me gustaría ser como vos cuando me jubile – Javier nunca ser reía al hacer un chiste y sólo los que lo conocían podían encontrar dulzura en la lengua ácida. Siempre decía que su lengua nativa era la Ironía, pero que hablaba español fluidamente.
-          Que salteees al vaciiooo y que nooo vuelvas nunca – Ya cantaba Juan con un tema que había puesto el mismo, desconectándole el iPod al Negro que lo miraba con tanto cariño que le era imposible insultarlo.
Javier arrancó, y el viento hirviendo entraba por las ventanas, tenían tres horas de viaje, tal vez menos, dependía de los camiones y de las ganas de Javier. De a ratos miraba a Juan cantando y al Negro que le ponía las canciones que le gustaban, de a ratos hablaban por teléfono confirmándole a tal y a cual donde era, a que hora era, que tenían que traer. Miraba por el espejo retrovisor, miraba la ruta vacía, sentía el calor de Buenos Aires, y se reía, tal vez una mueca, un poco de felicidad que se le movía por el estómago, recordaba mirándolos los años que precedían esa amistad y pensaba que nada podía ser tan puro, que nada podía ser tan firme, que serían viejos de ese modo.



Las doce lo encontraron durmiendo, lo despertó el teléfono, el libro se le había caído de las manos y el perro dormía a su lado. El teléfono recordó, y atendió al ver que la llamada era de su madre
-          Hola vieja, ¿Cómo estas? – Ella notaba su voz cansada, crecida, avejentada. Cuando había dejado de brillar su voz, hace cuanto que no le hacía un chiste cuando llamaba, era antes de lo del viejo, fue después del viaje, cuando flaco, cuando.
-          ¡Feliz año Javi! ¡Feliz año hijito! ¿Cómo estás vos? Yo bien, acá estamos todos en casa aún, vinieron todos, la Tía ya está medio en pedo Javi, ya sabés como es. Los pendejos corriendo por todos lados, lo de siempre hijo. Que lástima que no pudiste venir este año tampoco – Ahí estaba la vieja, el reproche envuelto en cariño, que hábil era flaco.
-          Gracias ma, gracias. Yo bien, mucho frío, mucho trabajo, que ganas de estar ahí, pero bueno, vuelvo a clases en un par de días – mentira flaco, no podías pagar el pasaje, y el orgullo no te dejaba decirlo – y estoy un poco atrasado con el libro, pero en cualquier momento voy, te lo juro vieja.