Se detuvo casi mecánicamente frente a la ventana que soportaba estoica
los embates constantes del viento frío del invierno. Sus manos acurrucaban una
taza gigante de té que humeaba cada vez menos, igual su calor lo reconfortaba.
La mirada perdida obviaba el escaso movimiento en las calles, tal vez un auto,
tal vez un peatón de manos en los bolsillos y nariz enrojecida, solamente tal
vez, su mirada rompía el paisaje y viajaba, pensaba en que momento le había
perdido ese cariño a las celebraciones, en que momento el calendario había
quedado huérfano de hitos. El reloj acariciaba las cinco pero la tarde ya era
noche, de a ratos su mirada encontraba un joven pecoso y siempre desarreglado,
al de la carcajada torpe, al de la mirada inquieta, el mejor y el peor Javier
de otros Diciembres. Que será hoy del Negro, de Juan, del enano Carlitos
pensaba, como extrañaba al viejo, a su casa llena de vida, los alborotos de la
vieja, las resacas, en que momento había elegido esta ventana, este Diciembre,
esta taza de té. El estómago le pidió un pucho, y la mano sin quererlo golpeó
el bolsillo y allí estaban, se colocó el abrigo de rigor y maldijo a los
detectores de humo, dejó la taza y desde el porche y mirando al hielo que hacía
patinar a los autos continuó nadando en el pasado, mientras las bocanadas de
humo se confundían con el aliento y sentía que la barba ya le olía demasiado a
tabaco. Tengo que bañarme, recordó. Dormir un poco más.
El teléfono volvió a sonar, lo había escuchado pero el dolor de cabeza y
un malestar estomacal espantoso lo hicieron desistir de atender, rodó sobre la
cama y sintió algo del aire acondicionado en la cara y sonrío, que calor
insoportable, que aire acondicionado de mierda, pensaba mientras se hundía de
nuevo en la almohada. La tercera vez atendió.
-
Hola –dijo Javier- ¿Quién es? – La voz del Negro
exploto del otro lado, entre risas e insultos. Javier trató de disimular que
dormía, pero supo que él se daría cuenta.
-
¡Deja de dormir
hijo de puta! – Y las risas volvieron a explotar, no estaba sólo, se escuchaba
una risa de fondo, igualmente el seguía demasiado dormido y demasiado borracho
para identificar la otra voz. – Despertáte de una vez flaco que en 20 salimos,
cambiate rápido, te toco el timbre, no te duermas de nuevo.
-
¿Qué hora es Negro? ¿No era a la tarde la joda esta?
No estaba durmiendo, lo que pasa es que justo…- Lo interrumpieron en seguida,
no había tiempo para excusas y menos las de mentira.
-
Son las 3 flaco, en 15 estoy en tu casa, hacete un
bolso así nomás, hacen 35 grados, poné dos boludeces que no vas a necesitar
más.
-
Dale, comprame puchos. Chau Negro.
Javier, se levantó, se le
partía la cabeza en mil pedazos, manoteo una mochila y puso un par de ojotas,
un traje de baño y una remera, metió el celular que vio titilar bajo la cama
reventando en llamadas perdidas y se fue a lavar la cara, no había tiempo de
bañarse, pero se baño igual, demasiado calor y su cuerpo sudaba a cada paso.
Salió rápido y se sentó en la computadora mientras se secaba, ni bien la abrió
ojeó los titulares de los diarios, Buenos Aires un infierno, 38° de térmica, y
un par de muertes y accidentes de tránsitos de rigor por las fiestas, no quiso
ver los mails, cerró la máquina sin apagarla y quiso prender un cigarrillo, no
había más, puteó y bajó a abrir la puerta, ya habían llegado.
Ni valía la pena chequear
el termómetro de la casa, hacía un frío insólito. Pensaba mientras apagaba
luces que la cuenta de luz lo mataría este mes, que debería postergar unos
meses el viaje a Argentina, que todavía no había terminado el capítulo que le
había exigido la editorial, que no tenía ganas de corregir los ensayos de la
universidad, pensaba en olvidarse por un rato de eso, que mierda, que
preocupaciones tan poco románticas, que mierda pensó, pero esta vez lo dijo en
voz alta. La televisión de fondo, un libro de Vargas Llosa, un vaso de whisky
sin hielo y un perro que le lamía los dedos cada vez que estos se le acercaban
cuando el pasaba las hojas del libro, se detuvo un minuto y recordó que debía
confirmarle a los de la universidad que no iba a ir al festejo de año nuevo.
Agarró el teléfono y sintió un deseo enorme de querer ir, de estar inquieto, de
ser nuevamente el que reclutaba entusiasmo, pero supo que no, que no quería
salir. Ni llamó, un mensaje de texto seco y tajante. Earl, I won’t be able to make it. Bye. No volvió a ver
el teléfono, ni se preguntó si responderían, de reojo vio que en Nueva York ya
era Año Nuevo y los festejos y el Times Square, la apagó y se perdió nuevamente
en el libro. Lo leía de a ratos en voz alta, sólo para escucharse en español,
como extrañaba el sonido de su idioma, como extrañaba el griterío.
- Flaco, es un asco este auto, ¿te obligan a no lavarlo? – Dijo entre risas Juan mientras tiraba miles de cosas en el asiento de atrás y se sacaba las zapatillas antes de entrar para apoyarlas por todos lados menos en el piso – Negrito, viste la cara del Flaco, no deberíamos sacarlo a pasear más, no sabe joder este boludo. – Y el Negro miraba y se reía, pero inmediatamente volvía al iPod y se olvidaba de todo mientras subía la música a todo lo que era posible.
-
Subite gordo, y acordate que joder es un trabajo de
semana completo y no las muestras gratis que haces vos una vez por mes, pero
bueno, igual te admiro, me gustaría ser como vos cuando me jubile – Javier
nunca ser reía al hacer un chiste y sólo los que lo conocían podían encontrar
dulzura en la lengua ácida. Siempre decía que su lengua nativa era la Ironía , pero que hablaba
español fluidamente.
-
Que salteees al vaciiooo y que nooo vuelvas nunca – Ya
cantaba Juan con un tema que había puesto el mismo, desconectándole el iPod al
Negro que lo miraba con tanto cariño que le era imposible insultarlo.
Javier arrancó, y el viento hirviendo entraba por las ventanas, tenían
tres horas de viaje, tal vez menos, dependía de los camiones y de las ganas de
Javier. De a ratos miraba a Juan cantando y al Negro que le ponía las canciones
que le gustaban, de a ratos hablaban por teléfono confirmándole a tal y a cual
donde era, a que hora era, que tenían que traer. Miraba por el espejo
retrovisor, miraba la ruta vacía, sentía el calor de Buenos Aires, y se reía,
tal vez una mueca, un poco de felicidad que se le movía por el estómago,
recordaba mirándolos los años que precedían esa amistad y pensaba que nada podía
ser tan puro, que nada podía ser tan firme, que serían viejos de ese modo.
Las doce lo encontraron durmiendo, lo despertó el teléfono, el libro se le había caído de las manos y el perro dormía a su lado. El teléfono recordó, y atendió al ver que la llamada era de su madre
-
Hola vieja, ¿Cómo estas? – Ella notaba su voz cansada,
crecida, avejentada. Cuando había dejado de brillar su voz, hace cuanto que no
le hacía un chiste cuando llamaba, era antes de lo del viejo, fue después del
viaje, cuando flaco, cuando.
-
¡Feliz año Javi! ¡Feliz año hijito! ¿Cómo estás vos?
Yo bien, acá estamos todos en casa aún, vinieron todos, la Tía ya está medio en pedo
Javi, ya sabés como es. Los pendejos corriendo por todos lados, lo de siempre
hijo. Que lástima que no pudiste venir este año tampoco – Ahí estaba la vieja,
el reproche envuelto en cariño, que hábil era flaco.
-
Gracias ma,
gracias. Yo bien, mucho frío, mucho trabajo, que ganas de estar ahí, pero
bueno, vuelvo a clases en un par de días – mentira flaco, no podías pagar el
pasaje, y el orgullo no te dejaba decirlo – y estoy un poco atrasado con el
libro, pero en cualquier momento voy, te lo juro vieja.