lunes, 18 de febrero de 2013

¿Que dirán?


Qué dirán los desconocidos que nos vieron esa noche, cuando nosotros también éramos desconocidos; ¿habrán sabido ellos antes que nosotros?, lo habrán sospechado cuando nos vieron caminar con pasos cortos y aún temerosos, habrán sonreído al ver cómo empezábamos a calcularnos, se habrán codeado para señalar la solemnidad con la que esperé que te sentaras, ¿qué dirán ellos hoy?

Qué dirá Emilia, la moza mendocina que equivocaba los pedidos y recomendaba platos no tan convencida, ¿habrá imaginado Emilia?, tal vez por eso dedicó más de diez minutos a contar su historia de amor, tal vez por eso apresuró la segunda botella de vino, tal vez por eso estiró el horario de cierre, tal vez ella ya sabía, ¿qué dirá Emilia hoy?

Qué dirá aquel policía que amablemente se acercó para avisarnos que nuestra música se oía en toda la cuadra, habrá sido simplemente de compinche que solamente pidió que movamos el auto obviando los controles de alcoholemia que en rigor se imponían, habrá sabido que el beso ya merodeaba el vecindario, se habrá dado cuenta por cómo nos reíamos, ¿qué dirá aquel muchacho hoy?

Qué dirán los testigos del primer beso, que dirá el empedrado de aquella calle, que dirán aquellos árboles, que dirá esa madrugada, que dirá aquella resaca. Qué dirán los que nos vieron sin conocernos, ¿habrán ido por voluntad propia a nuestro estreno?, ¿habrán visto un futuro que nosotros ni imaginábamos?

Qué dirán los que nos quieren, estarán preparados para perdonar nuestra prisa, serán capaces de hacer vista gorda hacia ciertas locuras, ¿podrán reír cuando riamos?, ¿podrán creer lo que creamos?, ¿postergarán juzgarnos para otro tiempo?

Qué dirán los lugares que aún no hemos recorrido, ¿estarán esperando que a manos entrelazadas los incluyamos en nuestra historia?, creerán a fe firme ellos como nosotros, ¿qué dirán los recuerdos que aún no tenemos?, estarán tan ansiosos como nosotros de entrar en nuestra memoria, ¿podremos esperar todos juntos al tiempo?

¿Qué dirá nuestro futuro?, ¿estará tan orgulloso como nosotros de este presente?, sabrán los días que aún no nacieron la vida que hoy les damos, adivinará el camino que deberá elegir en cada esquina.

¿Qué dirán hoy todos ellos? ¿Qué pensarán de las palabras que decimos en voz baja porque nos sonrojarían en otro volumen? ¿Qué dirán de nuestro abrazo perfecto? ¿Qué dirán de nuestras carcajadas? ¿Qué dirán de nuestras miradas? ¿Qué opinarán de nuestras conversaciones? ¿Qué dirán?

¿Qué dirán hoy todos ellos?

Afortunadamente, desde nuestra aún joven confianza, mientras nuestras manos ya se encuentran sin errores, desde esta mirada cómplice afirmamos, que sin ánimos de ofenderlos y con todo el respeto correspondiente, no nos importa qué dirán.

jueves, 24 de enero de 2013

Separémonos


Ella está parada en la esquina de Córdoba y Junín, ella junto a unos trescientos peatones más que aguardan ansiosos el cambio de luz en el semáforo, su impaciencia los vence, ya varios ganan el terreno de a centímetros, bajan el cordón y dan pequeños pasos como si nadie notara sus intenciones hasta que todos deben retroceder velozmente porque el colectivo 132 pasa a toda velocidad casi besando el cordón de Plaza Houssay. Un hombre, de unos cincuenta años despierta de su letargo y con un sonido que parece salir del medio de sus entrañas grita “¡Hijo de puta! Vas a matar a alguien”. Nadie lo mira, seguramente el colectivero no lo escucha, el hombre exhala con aire la bronca residual y vuelve a su letargo. Finalmente la luz del semáforo da la señal de partida y la horda cruza atropellándose. Ella no cruza, se queda quieta un segundo, me mira, toma un poco de aire y me dice “Separémonos”.

Es una tarde de sábado llena de sol, es primavera y la temperatura no supera los veinticinco grados, corre una brisa solidaria que hace olvidar cualquier calor. La gente en Villa del Parque  sale, el barrio camina sus calles, familias, chicos, grandes, todos deambulan, no siempre con destinos prefijados, muchos curiosean por los negocios de la calle Cuenca, otros descansan por la plaza, algunos van en bicicleta sin apuros aparentes. Dos parejas de ancianos, de los de antes claro, de aquellos con hombres en rigurosa boina y mujeres de blusa caminan también por Cuenca y se detienen casi llegando a Marcos Sastre, se detienen porque les vino en gana, se detienen a debatir quizá el próximo destino, se detienen tal vez a descansar, no lo sé, la realidad es que sus cuatro humanidades cubren casi toda la calle mientras una joven de paso ligero se ve atrapada    en la emboscada geriátrica, los esquiva sin poder evitar un ligero empujón de hombro hacia uno de ellos y antes que cualquiera pueda decir algo, ella sin girar le dice al piso “Muévanse viejos” y murmulla algo más que no se entiende pero huele a insulto. Dora, la de la blusa floreada lo mira a Don Esteban, mueve la cabeza en desaprobación y le dice “Separémonos”.

Y Teresa en una discoteca en Mar del Plata, donde bailar es una actividad imposible porque la gente apenas puede caminar, y Horacio haciendo equilibrio en la Línea D del subte, donde es imposible llegar a sostenerse de la baranda sin dejar sus bolsillos a merced de algún ladrón ágil de ideas y de manos, y Julián tocando bocina en un piquete por Alem, y Marcela haciendo una cola interminable en el Banco Nación de Congreso y Cabildo, y Gabriel yendo a ver al club de sus amores sin su hijo que es muy chico para las avalanchas, y Juan, e Inés, y Alberto, y Ana, una sola palabra, un solo deseo, separémonos.

Un poco más de espacio, un poco más despacio. Separémonos.

Nos estuvimos juntando, nos estuvimos apilando, nos estamos empujando, gritando, tropezando, chocando, atropellando, robando, insultando.

Separémonos. Separémonos.

Hay un mundo aún inmenso, hay un espacio aún generoso, ¿Por qué estamos tan juntos?, ¿Por qué estamos tan cerca? ¿Tenemos miedo de estar solos? ¿Así estamos acompañados?

Hay tiempo, pero es hora de hacerlo, es hora de liberar equipajes, tomar lo que es necesario, y respirar un aire más libre, un aire más nuestro, un aire menos compartido, menos mendigado.

Hay espacio, hay tierra, hay verde, hay ciudades perdidas donde el tiempo gotea, donde la gente sonríe más a menudo y conversa por más tiempo, hay mejores silencios, hay silencios reales sin doble vidrio.

 Un poco más de espacio, un poco más despacio. Separémonos.

miércoles, 23 de enero de 2013

De explorar...


De explorar aún no se nada, me refiero específicamente a ese mundo que veo de lejos, le confieso ciertamente, no lo he recorrido, no quiero faltarle a la verdad, se que existe, se que está, pero no lo he recorrido.

Tengo ciertas pistas. Detalles. A modo indicativo le digo; detrás de esa barrera que se ve desde aquí, ese muro alto de desconfianza y temor, hay un puente viejo, con sus vigas vencidas en dudas, con algunos maderos huecos y un río revuelto en desengaño. Unos metros después se extiende un jardín de invierno, una frágil cápsula de cristal donde el sol suele descansar, el cielo reserva sus nubes y tormentas para otros nortes, ahi solo se ve un cielo solidario y transparente, los vientos hablan murmurando y en la puerta hay un espantahuracanes y un pararrayos.

Desde aquí he podido ver eso, hasta allí mis ojos han robado las pistas, estos detalles son los que tengo, son escasos, lo sé, pero es lo que tengo, créame  me encantaría poder acercarme más, aunque tenga miedo.

Me han contado de una fuente de dulzura detrás de aquella loma que se ve desde el muro y que dentro del invernadero florecen pétalos de inocencia, parece ser que las rosas blancas ahi no tienen espinas y que no se conocen enredaderas. Hay acacias de ojos azules que no marchitan, hay flores que giran con la luna y un clavel que a menudo las conmueve......igual no las conozco, me lo han contado......

Una noche hace no tanto, pude ver una de sus flores, sólo una, sólo un rato.
Algún pétalo supo escapar, y un pequeño girasol creció cerca del río. Lo miré, y lo volví a mirar, lo miré nuevamente, y en mi primer parpadeo, desapareció entre dos vientos......

Dicen que luego del puente se puede escuchar un canto casi hipnótico, hablan de atardeceres y arroyitos, hablan de mañanas con olor a hierba y de noches sin nostalgia.....dicen eso los que estuvieron......

De explorar aún no se nada......

A veces me acerco al muro, lo calculo y lo resuelvo, descifro el puente y sus peligros, a veces desafío ese río, solamente a veces......

Aunque de explorar, aún, no se nada....


lunes, 14 de enero de 2013

Insomnio #26

La curva de la noche, en mi caso, es a las 3 de la mañana, hasta ahí veo desde la noche, luego al girar, ya veo la mañana siguiente, y declaro el insomnio. Me rindo ante esta rebelión de ojeras que se despliega insolente, y mi cuerpo cansado no descansa, y mis párpados pesados no caen. Este es uno de tantos. Uno de Lunes. Uno de Enero. Nada mágico, nada trágico, nada particular. Un insomnio, el número 26 en mi registro, aunque el registro es inexacto y bastante tendencioso, casi como yo, claro, el que lo hizo.

Pienso que debería escribir, o tal vez leer, siento que este insomnio empieza a cargar sobre mí una obligación literaria, y la verdad que la idea empieza a molestarme, no me agrada esta imposición, tal vez quisiera otro insomnio, uno más tonto, uno televisivo, uno musical, uno sexual, cualquier otro, no este insomnio obligado, no este trabajoso. La verdad detrás de todo esto es que no tengo nada concreto para escribir, carezco de una lluvia melancólica sobre mi ventana, me falta un amor no correspondido que descongele las letras, sí, tengo unas copas encima pero no las suficientes y estoy algo carente de tristeza. Claro, vos me dirás “qué bueno, no te quejes” y yo te diré que te calles, que no sabes lo molesto que me resulta este insomnio y que tampoco sabés con que combustible funciono ni con que chispa enciendo, esta noche es acústica y yo necesito un pogo. Como verás, no estoy de acuerdo con mi insomnio y el tampoco conmigo. Este insomnio sabe que hay personas que crean maravillas a estas horas, este insomnio académico, doctorado, con su medalla de oro y su biblioteca erudita me mira condescendiente, decepcionado, inquisidor, y la verdad, me chupa un huevo.

Suena y se lee tonto, lo sé, es decir, es obvio que estoy escribiendo, está claro, pero te digo algo, para que entiendas, escribo, pero a reglamento, estoy escribiendo como protesta, estoy volcando mi queja, dejando asentada mi causa, esta es mi denuncia pública hacia este insomnio extorsivo, no voy a pensar lo que escribo, no voy a corregir lo que digo, completaré esta hoja sin criterio, voy a colocar tonterías sin borrarlas y luego miraré el techo, hasta que este insomnio se rinda y mi cuerpo también.

Voy a escribir sobre lo molestos que me parecen los insectos. Nada en contra, solamente pienso que deberían dejar de existir, ya tuvieron sus años, ya pasaron sus eras, y la verdad que mucho no hicieron, ahí están, no crecieron, no son más grandes, ahí merodean esperando una guerra nuclear para enorgullecerse que serán los únicos sobrevivientes. Mi insomnio debería mirarlos con mucho mayor desprecio que a mí, pero no lo hace, no me saca la vista, podría mirar tranquilamente a ese mosquito que merodea el cuarto, podría mirarlo y advertirle que ya lo vi, que no sea tan tonto en insistir con mi sangre, que lo voy a matar tan pronto se acerque, y entonces me distraigo, porque siempre me distraigo y el mosquito me pica y mi insomnio mueve su cabeza en desaprobación y yo me paro y mato al mosquito, pero claro, es tarde.

Voy a quejarme del mundo un rato, quiero quejarme con la Madre Tierra por haber planeado mal las cosas, quiero indicarle que dejó progresar a una especie que vive en tierra, y el departamento que nos dio es una gran pileta, digamos que la cosa estaba bastante bien armada para que la civilización de turno tenga branquias ¿no te parece?, digo, podrían ser los delfines, o los tiburones, mucho mar al pedo y nosotros nos estamos apilando en la tierra, creo que la Tierra no lo sabe, porque hasta sus padres le eligieron mal el nombre, evidentemente querían una hija, y cuando nació El Agua, ya era un poco tarde. De paso también quiero indicarle que esto que ande dando vueltas le complica la vida a todo el mundo, podría quedarse un poco quieta y que siempre sea de día, y en ese caso, ni yo estaría quejándome de ella, porque no existiría el insomnio, y menos este insomnio catedrático que todavía golpetea su pie contra el piso esperando que haga algo productivo.

Podría escribir sobre la gente que habla con malvones, o los vegetarianos, o los que caminan por la calle con su parejita de perritos de raza miniatura, pero por suerte, ya cumplí con la hoja que quería escribir, y entonces si, como protesta, miraré el techo. Si te estás preguntando porque no miré el techo desde el principio, la respuesta es obvia…no lo sé.

viernes, 4 de enero de 2013

Aquí te espero



Aquí te espero.

Así confundida, así caótica, así impredecible.
Ahí esquivando el ritmo a veces estúpido del mundo,
ahí riendo sin preocuparte por el sonido tan particular de tu carcajada,
ahí mirando con tu cejo fruncido a la noche que no termina,
ahí reclamando tu pedazo de cielo,
ahí luchando por esperar despierta un sol abundante,
ahí durmiendo ante esa luna naranja que se empecina en asomar,
ahí oculta detrás de ese mar tuyo, de ese mar desconocido,
ahí abrigada en tus propios brazos,
ahí aguardando un abrazo distinto, mejor que el tuyo.
Así rebelde, así indomable, así de tierna.
Aquí te busco.

Aquí te espero.
Así inestable, así perdido, así inseguro.
Acá cubierto por este manto blanco, tiritando un frío solidario,
acá con las manos llenas de historias,
acá con mis ojos cerrados, discutiendo a voz firme con mis temores,
acá mirando las otras estrellas, las que no veo,
acá pensando como se aprende a esperar,
acá, con mi boca que aprieta esta madrugada,
acá inventándote una historia nuestra, que ni conoces,
acá, entre mis manos, imagino que este abrazo nos sería suficiente.
Así imposible, así volátil, así increíble.
Aquí te busco.

Aquí te espero.
Fascinado por tu genial modo de complicarte por todo y olvidarte de nada, aturdido por tu sensual forma de reírte de lado e irte antes de llegar.
Aquí te espero.
Sin tu pasado.
Sin tu historia.
Sin cuentas pendientes.
Sin verdades a medias, sin mentiras completas.
Así distinta. Así única. Así lejana.
Aquí te busco.

Aquí te espero.
Enamorado de tu idea, de tu imagen, de mi noche y de la tuya.
Entreverado. Ansioso. Viceversa.
Sin tu nombre.
Sin dirección.
Sin tiempo.
Aquí, mi mano, aquí mi boca.
Aquí te esperan.

martes, 1 de enero de 2013

Ruido


Fue caminando lentamente hacia la esquina que daba a la calle principal, el viento cansado no alcanzaba a levantar las hojas tardías de otoño que aún quedaban en la calle, al llegar miró hacia ambos lados inútilmente, miró por rutina, quizá con algo de curiosidad, pero no hubo caso, ni un auto, ni un alma, igualmente aguardó que el semáforo indicase verde, y apresuró el paso aunque no había razón para dar prisa.

Al llegar a la Calle 6 se detuvo, cerró los ojos, y respiró lentamente. Quería oír tal vez un pájaro lejano, el sonido vencido de las vías del tren cuando llega la formación de las cuatro y media, tal vez los campanazos que llaman a la misa vespertina en la Ciudad Vieja, quiso escucharlos a puño cerrado, empujando sus tímpanos, quiso escuchar e inmediatamente quiso imaginarlo, pero aquellos sonidos eran hoy sólo palabras, sustantivos mudos, el recuerdo de aquel ruido se hallaba hundido en la arena del inconsciente, sedimentado por partículas de silencio, dunas y dunas sordas cubriendo toda la memoria sonora, y allí él, con los ojos de cristal que se le rompían de impotencia, no se permitió llorar y se mordió con fuerza el labio inferior y se echó a andar, más rápido, más firme, con mucho, pero mucho más miedo.

No quería aceptarlo, en rigor de verdad, le daba terror pensar en aquella posibilidad, que él estuviese sordo, que él se hubiese quedado sordo era inconcebible, trataba de evitar que la idea anide en su consciencia, pero en algún lado, en algún rincón que él no podía controlar, lo pensaba, sabía que no era posible, pero repasaba el razonamiento para convencerse de aquella imposibilidad.

El hecho que él no hablara desde hacía cinco años tenía motivos, fundados o no, los psicólogos, psiquiatras, casi todo especialista que lo había visto o tratado relacionaban su condición a un trauma, aunque no se ponían de acuerdo en que trauma específicamente, el diagnóstico coincidía, los síntomas coincidían con otros miles de casos, fisiológicamente sus cuerdas vocales estaban intactas, así que era eso, un trauma, vaya Dios a saber cual. Su vida no había sido fácil y contaba con un puñado de buenas razones para decirlo, la muerte temprana de su hermano, un accidente automovilístico que lo dejó tres meses internado, incluso haber estado esperando en Atocha el tren aquella mañana de Marzo en 2004 donde murieron 191 personas, en todo eso estuvo, pero a todo sobrevivió, y vivió, hasta que un día, a sus veinticinco años, dejó de hablar. No fue un día especial, no fue un día conmemorativo, es decir un cumpleaños, el aniversario de algo que contenga cierto significado emotivo, nada de eso, simplemente un Martes, entró a su casa, y quiso saludar a su madre y no pudo, no pudo emitir sonido, y luego de tres años de idas y venidas, de tratamientos, de terapias alternativas, simplemente se rindieron, le dijeron que tal vez algún día, que estas cosas funcionan así, que no pierda las esperanzas, y él, una vez más, siguió, aunque es difícil saber si siguió a rajatabla eso de no perder las esperanzas.

Todo esto el lo sabía, así como también sabía que oía bien, que siempre oyó particularmente bien, que cualquiera que ese trauma hubiese sido, ya se había llevado su voz, sabía, había leído que quienes nacen sordos poseen dificultades para hablar, pero no al revés, que no podía ser, que eso simplemente no sucedía. Ese razonamiento simple, ese silogismo de pocas premisas daba vueltas en su cabeza cuando se intentaba convencer que el no podía estar sordo, que era imposible. Pero ya habían pasado cuatro días desde la última vez que oyó a un vecino saludarlo, y luego no oyó más. Al principio parecía oír algunas cosas, tal vez más lejanas, pero creía oírlas, como que el sonido iba agonizando, hasta que un día murió. Empezó tapándose la nariz y dando unos soplidos vigorosos, tal vez se me han tapado pensó, pero no logró nada, simplemente un sangrado de nariz y nada mas, luego gotas, recetas caseras y luego, aterrorizado, se encerró en su casa. Estuvo dos días sentado en su sillón, era fin de semana, y su pueblo solía vaciarse en esta época del año, desde ahí lograba ver la calle pero no pasaban autos, a veces a lo lejos se veía el humo del tren pero no lo oía, a veces se irritaba y daba zapatazos coléricos contra el piso pero solo percibía el temblor de su cuerpo, al final del segundo día, decidió quedarse quieto, no se acostó, no se movió, como una libélula ninfa próxima a entrar en su adultez allí se quedó hasta que el Domingo, por la tarde, se paró nuevamente, el mundo en silencio respiraba a su alrededor.

Fue a la cocina, se sirvió un vaso de agua, veía como el fluido se desplegaba sobre el vaso en silencio y bebió, tenía la boca seca y una sed terrible, bebió un vaso más, se colocó las botas, un abrigo y salió. Todo esto recordaba mientras se convencía que no había explicación para su sordera. Seguía caminando, ahora por la Diagonal que se dirigía al sur de la ciudad, por momentos dudaba y se volvía a detener, se concentraba, al ver la calle vacía, al ver el mundo quieto se ilusionaba en pensar que el ya estaba oyendo y que era cuestión de esperar que el mundo hable, que si, que sin duda, que el próximo sonido lo escucharía, y se le agolpaba la ansiedad en el pecho, el no haría el sonido, hacerlo rompería el hechizo que duraban esos segundos, hacerlo destruiría esa pequeña poción de esperanza que el abrazaba como un líquido vital, no, no sería su sonido, y luego tal vez un pájaro y el silencio, y resoplaba y el silencio, y volvía a dar un paso, y otro y el silencio. Y escondía las manos en su Montgomery, y seguía, hacía el sur, sin claro ningún rumbo y sin claro, ningún motivo.

De a ratos pensaba en su voz, de a ratos pensaba en su oído, de a ratos se rendía y pensaba que tal vez sí, que tal vez aquel trauma podía causar también esto, que si pudo acostumbrarse a aquello, podría hacerlo con esto, hasta que el frío le corría por la espalda y volvía a tener miedo, mordía el labio, tragaba el llanto y se intentaba convencer de nuevo, que era imposible que él fuera sordo. Se fue dando cuenta que no había estado en mucho tiempo en esta parte de la ciudad, este pequeño puñado de casas de una sola planta no le era familiar, se sintió algo perdido al ver que la diagonal terminaba y que había llegado a las vías del tren aunque a simple vista no se veía la estación hacia ninguno de los dos lados. Había algo familiar en todo aquello, pero no podía descifrar que era, caminó un poco más hasta que se declaró oficialmente perdido.


La cantidad de casas había decrecido y ahora sólo podía divisar una en la calle donde estaba, las demás se veían a la distancia, el sol se empezaba a perder detrás de los pinos que acompañaban el río, sacó una pequeña libreta que siempre llevaba consigo junto con un lápiz recortado y escribió su dirección junto con la frase “Estoy perdido”, fue caminando hacia la casa de color verde agua que había visto, quiso tocar la puerta pero la encontró abierta, igualmente golpeó dos veces y aguardó, la chimenea de la casa humeaba, aunque no se veían luces prendidas, en su silencio, volvió a golpear, y aguardó nuevamente, pero nada cambió. Pensó que debería irse, caminar hasta una próxima casa, probar suerte en otro lado, pero algún impulso lo llevó a entrar, dio un paso y luego otro, el corazón le latía fuerte, a medida que se adentraba en la casa su pulso aceleraba, llegó hasta un comedor, un plato con algunas sobras ocupaba la mesa, decidió dar dos palmadas para anunciar su presencia nuevamente, palmeó una vez, el corazón explotaba, palmeó una segunda vez, una gota de sudor recorrió su columna, y en ese instante, a sus espaldas, desde la cocina que el aún no había mirado, se oyó el sonido de una taza que se estrellaba contra el piso, un sonido nítido, un sonido real, un sonido eterno, divisible en eternos milisegundos que duró en su tímpano que galopaba, que vibraba, giró inmediatamente preso de la emoción, allí, contra un desayunador californiano, con un jean gastado y un buzo universitario, una mujer de pelo castaño muy oscuro miraba el piso, luego levanto la vista y él pudo ver sus ojos llenos de lágrimas, lo miró incrédula, lo miró un segundo eterno mientras las lágrimas se desplomaban en su rostro y le dijo:



-       .Hola. Volviste. – Un sonido completo, puro, el aire, el río, lo árboles, todo un colchón sonoro por donde esas palabras flotaban, y él las oía.
-       .Hola. – Dijo él y su voz flotó junto con ella.