jueves, 24 de enero de 2013

Separémonos


Ella está parada en la esquina de Córdoba y Junín, ella junto a unos trescientos peatones más que aguardan ansiosos el cambio de luz en el semáforo, su impaciencia los vence, ya varios ganan el terreno de a centímetros, bajan el cordón y dan pequeños pasos como si nadie notara sus intenciones hasta que todos deben retroceder velozmente porque el colectivo 132 pasa a toda velocidad casi besando el cordón de Plaza Houssay. Un hombre, de unos cincuenta años despierta de su letargo y con un sonido que parece salir del medio de sus entrañas grita “¡Hijo de puta! Vas a matar a alguien”. Nadie lo mira, seguramente el colectivero no lo escucha, el hombre exhala con aire la bronca residual y vuelve a su letargo. Finalmente la luz del semáforo da la señal de partida y la horda cruza atropellándose. Ella no cruza, se queda quieta un segundo, me mira, toma un poco de aire y me dice “Separémonos”.

Es una tarde de sábado llena de sol, es primavera y la temperatura no supera los veinticinco grados, corre una brisa solidaria que hace olvidar cualquier calor. La gente en Villa del Parque  sale, el barrio camina sus calles, familias, chicos, grandes, todos deambulan, no siempre con destinos prefijados, muchos curiosean por los negocios de la calle Cuenca, otros descansan por la plaza, algunos van en bicicleta sin apuros aparentes. Dos parejas de ancianos, de los de antes claro, de aquellos con hombres en rigurosa boina y mujeres de blusa caminan también por Cuenca y se detienen casi llegando a Marcos Sastre, se detienen porque les vino en gana, se detienen a debatir quizá el próximo destino, se detienen tal vez a descansar, no lo sé, la realidad es que sus cuatro humanidades cubren casi toda la calle mientras una joven de paso ligero se ve atrapada    en la emboscada geriátrica, los esquiva sin poder evitar un ligero empujón de hombro hacia uno de ellos y antes que cualquiera pueda decir algo, ella sin girar le dice al piso “Muévanse viejos” y murmulla algo más que no se entiende pero huele a insulto. Dora, la de la blusa floreada lo mira a Don Esteban, mueve la cabeza en desaprobación y le dice “Separémonos”.

Y Teresa en una discoteca en Mar del Plata, donde bailar es una actividad imposible porque la gente apenas puede caminar, y Horacio haciendo equilibrio en la Línea D del subte, donde es imposible llegar a sostenerse de la baranda sin dejar sus bolsillos a merced de algún ladrón ágil de ideas y de manos, y Julián tocando bocina en un piquete por Alem, y Marcela haciendo una cola interminable en el Banco Nación de Congreso y Cabildo, y Gabriel yendo a ver al club de sus amores sin su hijo que es muy chico para las avalanchas, y Juan, e Inés, y Alberto, y Ana, una sola palabra, un solo deseo, separémonos.

Un poco más de espacio, un poco más despacio. Separémonos.

Nos estuvimos juntando, nos estuvimos apilando, nos estamos empujando, gritando, tropezando, chocando, atropellando, robando, insultando.

Separémonos. Separémonos.

Hay un mundo aún inmenso, hay un espacio aún generoso, ¿Por qué estamos tan juntos?, ¿Por qué estamos tan cerca? ¿Tenemos miedo de estar solos? ¿Así estamos acompañados?

Hay tiempo, pero es hora de hacerlo, es hora de liberar equipajes, tomar lo que es necesario, y respirar un aire más libre, un aire más nuestro, un aire menos compartido, menos mendigado.

Hay espacio, hay tierra, hay verde, hay ciudades perdidas donde el tiempo gotea, donde la gente sonríe más a menudo y conversa por más tiempo, hay mejores silencios, hay silencios reales sin doble vidrio.

 Un poco más de espacio, un poco más despacio. Separémonos.

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